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Crónica|| Una elección histórica... sin electores

  • REDACCIÓN
  • 3 jun
  • 3 Min. de lectura

BEATRIZ SANTOS

El día de la votación llegó con un calor húmedo que presagiaba tormenta. Pero no llovió, al menos no el domingo, ni una gota. El aire espeso y pegajoso se colaba mientras montábamos la casilla dentro de un salón de fiestas, justo al lado de un área de juegos infantiles: laberintos de tubos, resbaladillas, obstáculos inflables y zonas para brincar. La justicia, esa palabra tan solemne, intentaba encontrar su lugar entre redes de colores, gritos de niños y el eco amortiguado de un espacio hecho para celebrar.

No votamos en escuelas públicas. No por logística, sino por conflicto: la CNTE había anunciado que, de usarse como sedes electorales, tomarían los planteles. Están en huelga, exigiendo derechos laborales que llevan años pospuestos. Así que las casillas se reubicaron de emergencia, buscando espacios donde la democracia no fuera interrumpida. Pero eso también desorientó a muchos.

La jornada comenzó puntual. Pero el flujo de votantes fue irregular. Para las nueve de la mañana, apenas dos personas habían cruzado el umbral. Dos. En un padrón de casi 900. Y la mayoría que llegó después lo hizo con rostro de confusión, preguntando si aquí tocaba votar “eso de los jueces”. Algunos, lejos de su domicilio por tratamientos médicos, mudanzas de última hora o procesos legales en curso, buscaban casillas especiales que casi no existieron, o si existieron, eran inalcanzables.

Había quienes no entendían la boleta. O quienes traían anotados nombres que no correspondían con los de la lista. La plataforma “Conóceles” parecía más un laberinto que una guía. Hubo quien dejó la boleta en blanco, quien se rindió a medio camino, quien la llenó mal y anuló sin querer su voto. Y también, claro, hubo quienes se fueron sin siquiera intentarlo.

Sin embargo, entre tanto vacío y silencio, hubo momentos que merecen ser contados.

Un hombre de 82 años, con parkinson, llegó acompañado de su esposa y su nieto. Caminaba lento pero firme. Dijo, casi susurrando, que sentía este voto como algo histórico. Que nunca pensó que en su vida podría opinar sobre los jueces y magistrados. Que eso, hasta hace poco, parecía reservado solo a los de arriba. La tinta indeleble le temblaba en el dedo, pero brillaba como una medalla.

También llegaron familias con niños pequeños. Los más chicos, emocionados, querían sentirse parte del proceso: pedían que les pintaran el dedo como a los grandes. Era una mezcla de curiosidad infantil y deseo de pertenecer, como si intuyeran que ahí, en ese acto solemne y desapercibido, también se jugaba algo de su futuro.

Hubo también familias que llegaron en grupo, como si votar por jueces fuera una excursión cívica. Muchas personas mayores, algunos que fueron después de misa o antes de la hora de la comida. Pero jóvenes... muy pocos. Algunos no por indiferencia necesariamente, sino porque ni siquiera sabían porque ellos debían tener esa responsabilidad de elección.

Al cierre del día, la cifra lo decía todo: de 899 personas registradas, apenas 104 votaron. Un magro 11.6%. Con varios votos nulos.

Y no. La culpa de la baja participación no fue de la gente, ni de la CNTE, ni siquiera del INE. Fue de un sistema que creyó que en un año bastaba para organizar unas elecciones históricas. Que no se tomó en serio ni siquiera su propia propuesta de reforma. Que pretendió que tanto el INE como la sociedad reaccionaran ante un cambio hecho al vapor, pese a la relevancia de su contenido. El diseño de las boletas, la presentación formal y accesible de las candidaturas, la logística de la jornada, la capacitación no de la mesa, sino de quienes iban a votar... todo quedó en el aire.

Fue poco el respeto y el compromiso con lo que jactaron sería un hito democrático, y por eso fue también poca la participación histórica.

El expresidente había anunciado esta idea desde 2021, pero fue apenas el 5 de febrero de 2024 cuando se presentó como parte de un paquete de 20 reformas constitucionales, argumentando que el Poder Judicial se había alejado del pueblo y actuaba con intereses ajenos a la justicia social. Pero, ¿es ingenuo o hipócrita pretender democratizar un poder sin tomar en cuenta al pueblo? ¿Ni siquiera darle tiempo suficiente para entender a quién se vota, cómo y por qué?

Ni boletas amigables, ni difusión clara, ni información verificada. Solo nombres, números, colores, vacíos. Hubo quienes incluso preguntaron cómo anular su voto. Me recuerda a quien propone que todos tengan lavadoras eléctricas, aunque haya comunidades sin agua potable ni energía eléctrica.

Por cierto: desde el lunes, el huracán Bárbara ha inundado gran parte del país y amenaza con convertirse en ciclón. Tomen sus precauciones. Que no nos pase lo mismo: que lo sepamos todo... cuando ya es demasiado tarde.

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