- EDITORIAL
Desigualdad y feminicidios
Tal vez en tu ciudad, comunidad, escuela, calle, oficina o trabajo escuchas que el 8 de marzo las mujeres se organizan; se reúnen, hablan, discuten, marchan, gritan, rompen y pintan mobiliario público. Retan, reclaman e insultan. No todas hacen todo, muchas hacen mucho más que esto. Tal vez tienes algo de información, pero recuerda que el 8 de marzo hubo un incendio en una fábrica de camisas de Nueva York y murieron 146 mujeres. Debido a ello, y para recordar esa tragedia como un día que marcó la lucha por los derechos de la mujer, Naciones Unidas en 1975 declaró el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo. Tal vez sí, o tal vez no sabes eso, y debido a ello crees que es un festejo e incluso en la mañana le dices a tu esposa “¡Feliz día de la mujer!”, en la escuela de tu hija se organizan para algún festival, y en la oficina le han regalado a tu hija una flor o incluso chocolates. Posiblemente has mirado que a algunas compañeras “solo por ser mujeres” en ese día las invitan a comer, les dan un presente o algo que las reconozca. A veces, las mujeres reciben la flor con una sonrisa forzada. La felicitación con una mueca, y el regalo con un “gracias” también forzado. Tal vez has mirado que en general, el reconocimiento es recibido con una respuesta ambivalente. Creo que ello ocurre porque tal reconocimiento realmente no existe en la vida diaria. Porque ser mujer en una sociedad androcéntrica es como ser indígena en la ocupación de Mesoamérica en los 300 años de Conquista. Ellas, las mesoamericanas, eran violadas. Ser mujer actualmente es como ser judío cuando Hitler tenía el poder y los nazis exterminaban a sus familias, sus amigos y otros seres queridos. Ser mujer en esta era de feminicidios, es como ser inmigrante, latino, chicano o cholo en Texas u otras ciudades racistas en el Estados Unidos de Trump. Los ejemplos que te comparto es de desigualdad, de opresión y guerra. En ellos siempre hay un cazador y un cazado, un amo y un esclavo, un sujeto y un objeto. En algunos casos la opresión convive con el ejercicio de derechos y diariamente chocan quienes impulsan uno u otro aspecto. Pero en otros escenarios la violencia es más explícita, visible y ejercida, como actualmente en Palestina o como una mujer frente al feminicida y prácticamente no hay condiciones de resistencia. La masculinidad y las instituciones patriarcales que la sostienen tiene esta misma lógica opresiva, se regula, forma estrategias donde ataca visible o de forma invisible, con el mismo resultado atroz para la víctima. El machismo a veces hace la guerra visible y explícitamente, y en otras ocasiones desde el silencio, lo oscuro y sigilosamente. Por eso creo que los hombres en este día debiéramos al menos, preguntarnos “¿cómo he contribuido yo a la guerra que cotidianamente viven las mujeres sea esta explícita o más disimulada?”. No, no sirve haber felicitado a alguien, tampoco expresar mis emociones en los conflictos con la pareja o decir que soy “feminista”; menos sirve ir a mi círculo de hombres para deconstruir mis masculinidades. No, esos actos no sirven si no me pregunto cómo contribuyo a la guerra, a la desigualdad, a la violencia y al abuso contra las mujeres en mi país, comunidad, escuela o trabajo.
Las desigualdades y los sistemas opresivos son construcciones que estigmatizan a determinados grupos, y quienes detentan el poder usan estrategias distintas de sometimiento. Cada grupo que oprime y que somete crea una propaganda, esto es, una serie de ideas, imágenes y narrativas, para culpar a quienes aplasta. Esta estrategia es muy eficaz y por eso el consumidor se siente culpable de consumir agua, y no mira la responsabilidad de la empresa que privatiza y explota los mantos acuíferos; los mesoamericanos realmente se sentían culpables por tener actos rituales de sacrificio humano y por adorar a sus dioses, y no miraron la barbarie del conquistador como responsables. Los sirios y las personas del África, así como los latinoamericanos que emigran a países occidentales realmente se sienten culpables e inútiles por no triunfar en sus países, y no ven la responsabilidad de estos mismos países occidentales al sentar las bases para el subdesarrollo de los países de los que huyen. La culpa que crea la propaganda siempre busca que el dominado se sienta responsable de su situación de sometimiento y justifique la opresión; es un mecanismo muy eficaz para lograr que la víctima justifique su estado de dominación. Eso lo logró Hitler con los campos de exterminio, los judíos dejaron de resistirse. Con ello logras que la obediencia y el control sean asumidos por los grupos subordinados. Estos son los objetivos últimos de sometimiento. Pero ¿una mujer violada, golpeada o intimidada por un violador, un novio violento, o un marido celoso se siente responsables del maltrato vivido? Al principio sí, o por momentos tal vez, pero las mujeres han creado mecanismos de apoyo, lucha y convivencia donde cada vez menos se sienten culpables y saben que el responsable del abuso es de quien abusa. Esto es, a diferencia de otros grupos sociales que han sido sometidos, y que han tardado siglos -o que nunca lo han hecho, de salir y dejar la culpa de la opresión vivida, las mujeres lo hacen cada vez más: regresan la responsabilidad del maltrato al maltratador, de los celos al celoso, de la violación al violador y del golpe al golpeador. Así cada vez más saben que el abuso es responsabilidad de quien abusa. Con ello regresan la responsabilidad a quien somete. Porque de eso se trata, de que quien abusa asuma la responsabilidad del abuso que ejerció.
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