La aventura de ser mamá: Adiós, trapito
Tuxtla.- Desde que Elisa nació, ha tenido un amigo inseparable que la ha acompañado en todas las situaciones de su corta vida: en las buenas, en las malas, en casa y fuera de ella, hemos hecho hasta lo imposible por tenerlo cerca y recuperarlo las veces que se queda lejos, se volvió hasta parte de la familia y salir sin él, era impensable.
Todo eso significaba para nosotros el trapo de Elisa, ese que cargaba para todos lados desde el día que nació, un pedazo de tela que no podíamos ni meter a lavar y que se convirtió en su objeto de apego, que le daba seguridad en cada nueva etapa y nos ayudaba a cuidarla y protegerla de sus miedos, y al que le llegamos a agarrar cariño.
Entre las cosas que me heredaron algunos familiares y amigos, estaban unas sabanitas estampadas delgaditas, como trapos, en los que envolvíamos a Elisa para bañarla o como “taquito” cuando no hacía mucho frío, se las íbamos turnando pero había dos que eran iguales, con estampado como de patitos, una en color blanco y la otra en azul, esos se volvieron su inseparable trapito blanco y su trapito azul.
Cuando comencé a irme a trabajar cuando Elisa tenía seis meses, o cuando salía y la dejaba con mi mamá, empezamos a dejarle ese trapito, que también me ponía debajo de ella cuando le daba pecho o la hacía repetir el aire, entonces de cierto modo olía a mi, y eso la tranquilizaba para dormir o llorar menos, se lo poníamos a lado o debajo y así no me extrañaba tanto.
También fue una costumbre heredada; dice mi mamá que yo de chiquita, también tenía uno al que llamaba “totapito” y lo llevaba a todos lados, dice que no lo podían ni lavar, porque no me gustaba limpio, lo quería todo apestoso y revolcado, a mi manera, y no lo soltaba por nada del mundo.
Inconscientemente, fuimos guiando a Elisa a esa misma costumbre, pues pasó el tiempo, ella creció y solita agarraba el trapo para todos lados, al punto que cuando ya hablaba, lo pedía y si salíamos lo quería llevar, sobre todo lo pedía a la hora de dormir, eran mares de llanto si intentábamos que durmiera sin el trapo, o cuando lo dejábamos en casa nos lloraba en la calle.
Al menos, aceptaba que le cambiáramos del blanco al celeste y viceversa cuando los lavábamos, pero sí se daba cuenta y decía que “ese no era su trapo”, pero intentábamos con otras sábanas de otros estampados y esas de plano las rechazaba, solo aceptaba el blanco y el celeste, como si fueran uno solo, y lo necesitaba más cuando la regañábamos o si algo le daba miedo.
Así andábamos con los trapos, todos arrastrados, sucios de comida, de mocos y de todo lo que se imaginan, pero ya como un miembro más de la familia; incluso cuando entró a la escuela, le comentamos a la maestra que el trapito y Elisa eran uno solo, y prácticamente lo aceptó como un miembro más de su salón.
De hecho, nos había comentado que lo podía llevar sus primeras dos semanas para adaptarse, pero nunca le prohibió seguirlo llevando, hubo días que el trapo se quedó olvidado en la escuela y teníamos que correr a la casa a buscar el otro, aunque fuera sacarlo de la ropa sucia o dárselo mojado porque estaba recién lavado, una vez lo olvidó en la fiesta de un sobrino de mi hermana y tuvimos que pedir que nos lo llevara un mandaditos que cobró carísimo el viaje, pero fue necesario para tranquilidad de Eli.
Sin embargo, recientemente comenzamos a ver que lo necesitaba y lo pedía menos, había noches que no lo pedía para dormir, a veces salíamos sin él y no había mayor problema, lo dejaba en la escuela y ya no lloraba, hasta que la semana pasada desapareció el trapito blanco, no sabemos dónde lo perdimos u olvidamos pero ya preguntamos en todos lados, se materializó uno de nuestros más grandes miedos, pues pensamos que Eli lo notaría y le afectaría.
Cuando Rodrigo le preguntó a la maestra si no lo había olvidado por ahí en la escuela, ella le dijo, que Elisa le comentó, que ella ya no necesitaba su trapo. Fríos quedamos. En ese momento se me rompió el corazón, porque sabía que eso significaba el cierre de una etapa, el paso a lo que sigue, el hecho de que cada vez es menos bebé, y se está convirtiendo en mi niña grande. Eso duele.
Una vez platicando con una psicóloga infantil, me comentaba que los objetos de apego pueden ser un trapo, un muñeco, un peluche, hasta cosas más sencillas como una tabla o cualquier objeto en que el niño deposite su seguridad y confianza, que poco a poco los van dejando de lado, entre los dos y tres años, y que incluso hay niños que los conservan hasta la primaria y es ahí donde es buen momento para irlos quitando poco a poco, también que cuando el apego se convierte en dependencia y ya no pueden hacer nada sin el objeto, deja de ser sano.
Así que ya estaba yo pensando en que el trapito se quedaría con nosotros hasta la universidad, cuando mi niña me sorprendió con que ya no lo necesita… definitivamente todos los niños tienen sus tiempos y sus procesos, son sabios y saben cuándo es hora de pasar a otra etapa, tantas cosas me ha enseñado mi chiquita y lo sigue haciendo, así que esta semana, tomé al trapito sobreviviente, al celeste, lo lavé, lo dejé a la mano por si se ofrecía, pero no fue así; entonces lo tomé con cariño y lo guardé en un cajón, porque Elisa ya no lo necesita, pero definitivamente yo sí: lo necesito como un bonito recuerdo de los primeros dos años de mi primera hija, que está a punto de cumplir 3. Gracias por todo, trapito.
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