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“La fuerza motriz más potente y más poderosa no es el vapor, ni la electricidad ni la energía atómica… es la voluntad.”—Albert Einstein

  • VANESSA TRACONIS QUEVEDO
  • 25 jun
  • 4 Min. de lectura

Vivimos en una época en la que todo parece moverse más rápido de lo que podemos procesar. Entre el cansancio social, las desigualdades persistentes, el deterioro ambiental, la incertidumbre económica y las brechas digitales y de acceso a la salud, es fácil sentir que las soluciones están fuera de nuestro alcance. Sin embargo, a lo largo de la historia, cada avance social significativo —desde los movimientos por los derechos civiles hasta las revoluciones tecnológicas y los sistemas de salud pública— ha tenido un motor fundamental: la voluntad de personas que decidieron hacer algo.

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Sí, la voluntad. Esa fuerza silenciosa que se manifiesta cuando alguien se levanta un poco más temprano para ayudar en una comunidad marginada, cuando una persona mayor enseña a leer a un niño, o cuando una mujer decide liderar un programa de salud en un rincón olvidado del país. La voluntad es más que deseo; es acción. Y en el terreno de lo social, puede ser la diferencia entre la resignación y la esperanza.

La productividad personal no es solo una cuestión de organización del tiempo o de habilidades técnicas. Tiene su raíz más profunda en la voluntad: la determinación, la resolución, las ganas. Obstáculos habrá muchos —la falta de tiempo, la fatiga, los problemas económicos, la desidia, el miedo— pero el principal enemigo casi siempre está en nosotros mismos. Entrenar la voluntad es, en este sentido, un ejercicio de ciudadanía, de hacer comunidad; porque de la voluntad individual se genera el impacto colectivo de hacer el bien. Y como todo músculo, puede fortalecerse con práctica, con hábitos, con constancia.

El caso de Ataulfo Casado, el pintor ciego español que aprendió a plasmar paisajes y retratos sin verlos, es uno de tantos ejemplos que nos recuerdan que el cuerpo puede tener límites, pero la voluntad no los conoce. Como él, miles de personas cada día demuestran que, si bien no todos podemos cambiar el mundo de inmediato, sí podemos empezar por cambiar algo en nuestro entorno más cercano.

Y es que en México tenemos que hablar de voluntad y voluntariado, dos caras de una misma moneda, porque solo el 4.5% de la población participa en actividades formales de voluntariado, según el INEGI (2022), y aun así, su impacto es invaluable. En ese pequeño porcentaje se concentra una de las fuerzas sociales más importantes del país: porque en más de 48 mil OSC, instituciones de interés público sin fines de lucro, nos organizamos en cada rincón de este país para atender un sinfín de causas, contribuyendo a generar apoyos, servicios y beneficios a más de 2.9 millones de hogares de los tres deciles con menores ingresos. Las OSC generamos más de 800 mil empleos formales y movilizamos al menos a 2.3 millones de voluntarios que aportan tiempo, talento y recursos. Todo ello representa el 1.48% del PIB nacional. Lo hacemos asumiendo el cuidado de niñas y niños sin hogar; gestionando museos y centros culturales; apoyando en cada desastre natural; atendiendo a la población migrante y refugiada; protegiendo y acompañando a víctimas; aportando significativamente a la gestión de áreas naturales; impulsando la educación o proveyendo innumerables servicios a personas con discapacidades, y también luchando contra la pobreza farmacéutica para alcanzar la justicia y la equidad sanitaria. Esto sumado a muchísimas otras labores esenciales; todo a través de personas que dan su tiempo, su energía y su corazón para apoyar causas comunitarias, atender a poblaciones vulnerables, gestionar recursos o simplemente estar donde se necesita una mano.

Pero el voluntariado no se limita a dar. También transforma a quien lo ejerce. Numerosos estudios —como el de la Universidad de Harvard (2021)— han demostrado que las personas voluntarias desarrollan mayores niveles de bienestar psicológico, disminuyen sus niveles de estrés y reportan una mejor calidad de vida. ¿Por qué? Porque dar sentido a nuestras acciones a través del servicio nos reconecta con lo más profundo de lo humano: la empatía, la solidaridad, el propósito.

En tiempos donde se habla tanto de responsabilidad social y humanismo social, es necesario ir más allá del discurso. La voluntad no es exclusiva de las personas: también se expresa en las instituciones, en las empresas y en los gobiernos. Una empresa con voluntad no es solo aquella que dona recursos de forma ocasional, sino la que asume compromisos de largo plazo, transforma sus prácticas, escucha a su comunidad y se involucra activamente en causas sociales. Porque la responsabilidad social compartida se traduce en empresas con voluntad y gobiernos con conciencia.

En Fundación RedSalud Internacional lo sabemos: detrás de cada proyecto solidario hay empresas que decidieron hacer algo más que vender o producir; hay gobiernos que abrieron puertas, organizaciones que tendieron puentes, instituciones educativas que compartieron saberes. Lo que hace la diferencia no siempre es el tamaño del apoyo, sino la constancia de la voluntad.

Y en el contexto actual, ese compromiso también implica abrir espacios de colaboración con jóvenes, adultos mayores, personas con discapacidad, migrantes, mujeres líderes comunitarias, pueblos originarios y muchos más. Porque nadie debe quedarse fuera de la posibilidad de participar activamente en la construcción del bien común.

Entrenar la voluntad es crear futuro, porque sabemos que no nacemos con voluntad: la desarrollamos. Cada vez que decidimos no rendirnos, cada vez que elegimos colaborar en lugar de competir, cada vez que optamos por servir en lugar de ignorar, la voluntad se fortalece. Y aunque no se vea, deja huella: en una familia que recibe atención médica gratuita, en un joven que accede a educación digital, en una mujer que consigue medicamentos esenciales gracias a un fondo solidario, y donde millones de personas se ven beneficiadas por un colectivo interinstitucional e intersectorial que se reúne para generar el bien común. Esa es la muestra de voluntad.

En Fundación RedSalud creemos firmemente que la voluntad no es una virtud individual, sino un motor colectivo. Y por eso, trabajamos todos los días para canalizar esa fuerza en acciones concretas, visibles, sostenibles.

Porque sí: puede que el vapor haya movido trenes, que la electricidad haya encendido ciudades y que la energía atómica haya cambiado el curso de la historia… y posiblemente —deseamos que no— la energía nuclear pueda cambiarla nuevamente. Pero solo la voluntad de las personas puede cambiar el rumbo de nuestras vidas.

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