Lamentable realidad de la educación en México
Es cierto que los métodos de enseñanza y las estrategias educativas están cambiando en todo el mundo. La escuela tradicional comienza a ser parte del pasado y las nuevas generaciones deben de formarse en habilidades y competencias, tanto cognitivas como socioemocionales, que sirvan como trampolín hacia mejores oportunidades a lo largo de su vida. Este gobierno ha tenido la intención de transformar de raíz el sistema educativo, pero al estar a contrarreloj, la administración se está apresurando en consolidar un modelo educativo que, sin evidencia ni guía, pone en riesgo la formación de los niños.
La administración actual planteó grandes objetivos para transformar el modelo educativo, que se han quedado lejos de posicionar a la educación como prioridad. Es extraña la ocasión en que se habla sobre educación en la mañanera y Leticia Ramírez no ha hecho acto de presencia desde su presentación como la tercera secretaria de educación en cuatro años. Son pocas las dudas en torno a los beneficios que genera una buena educación. Sea desde una óptica de crecimiento económico, movilidad social o combate a la pobreza, la educación es la piedra angular para que México alcance su potencial. Pero, ¿qué está pasando con la política educativa? ¿Por qué nos debería de preocupar?
La última década para la política educativa ha sido una montaña rusa. Han habido reformas y contrarreformas, desapariciones de programas y organismos, y el surgimiento de nuevos proyectos pedagógicos. Pero lo que no hemos visto es una estrategia de largo plazo basada en evidencia que garantice el desarrollo que las niñas, niños y jóvenes necesitan. Aunque su trayectoria fue corta e insuficiente para lograr una transformación estructural, la Reforma Educativa de 2013 encarriló la política educativa en el sentido correcto. Sin embargo, con su reversión y los cambios que han derivado de esta, hoy ya ni siquiera tenemos las métricas necesarias para contar con un diagnóstico sobre mejoras o deterioros en la educación, para conocer las debilidades y poder diseñar un programa que responda a las necesidades actuales.
¿Qué se perdió? La autonomía constitucional del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), un avance que era clave para el futuro de las evaluaciones, y se sustituyó por la Comisión Nacional de Mejora Continua de la Educación (MEJOREDU). Además, se creó la Nueva Escuela Mexicana, el paraguas bajo el cual se incluyen los cambios educativos de esta administración, y se publicó en 2022 el nuevo plan de estudios que, sin pilotaje, se pondrá en marcha en agosto de 2023. Sin embargo, estos cambios no tienen una ruta crítica para su implementación. En papel quizás esta transformación educativa tiene buenas intenciones, pero carece de las herramientas para ejecutarse. Pero, ¿cómo se traducen los conceptos ideológicos en acciones prácticas en las aulas? ¿Cómo se materializará el nuevo plan de estudios? ¿Los docentes lo tienen claro? ¿En qué evidencia está basada esta transformación?.
Esta serie de cambios en el contexto de una crisis educativa es preocupante dado que más de millón y medio de alumnos entre 2019 y 2022 no volvieron a las aulas y, de acuerdo con el Banco Mundial, las próximas generaciones tienen una pérdida de aprendizaje de dos años. A partir de un diagnóstico, se necesita diseñar una estrategia a largo plazo para priorizar la educación, recuperar estos aprendizajes y captar a todos los estudiantes de regreso a las aulas. Hoy no existe una estrategia que garantice una educación de calidad para las nuevas generaciones.
A pesar de que el regreso a clases tras el cierre total de escuelas fue un respiro para las comunidades educativas, preocupa que, de seguir por el mismo camino, se está perdiendo, una vez más, una oportunidad para transformar de raíz la educación en México. Corresponde a todos levantar la mano y exigir una estrategia que vaya mucho más allá de esta administración, o la siguiente, o la que venga. Una estrategia de largo plazo que refleje la intencionalidad y sobre todo el compromiso de mejorar la calidad educativa para las siguientes generaciones.
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