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Niños sicarios, preocupante realidad 

  • EDITORIAL
  • 9 sept 2024
  • 3 Min. de lectura



En las últimas semanas, un suceso ha captado la atención de la opinión pública: la detención de niños sicarios en Sonora. El pasado 7 de octubre, las fuerzas de seguridad del Estado llevaron a cabo un operativo para liberar a personas que estaban secuestradas por el crimen organizado. Durante este operativo, el delegado de la Fiscalía General del Estado confirmó la detención de aproximadamente siete menores de entre 12 y 13 años, lo que ha generado una profunda preocupación a nivel nacional. En un país como México, caracterizado por una marcada desigualdad social, ¿deberíamos sorprendernos de que muchos niños opten por unirse a las filas de organizaciones criminales? Si bien la necesidad económica es un factor determinante en el reclutamiento de miles de personas por parte del crimen organizado, este aspecto por sí solo no explica completamente el fenómeno. Se estima que alrededor de 30,000 niños han sido incorporados al narcotráfico en los últimos años, lo cual sugiere que existen factores adicionales que deben ser considerados. Una de las claves para comprender este fenómeno radica en la presencia de una narcocultura profundamente enraizada en la sociedad mexicana. Este país no solo enfrenta la desigualdad, sino que también está inmerso en una cultura que glorifica la vida de los narcotraficantes a través de productos culturales como los narcocorridos y las narcoseries. Estos productos idealizan y simplifican la vida de los líderes criminales, omitiendo con frecuencia los aspectos más negativos y violentos de su estilo de vida. Las canciones y series destacan los logros y lujos de los criminales sin retratar de manera adecuada las vidas llenas de violencia, donde el asesinato, la tortura y el secuestro son parte del día a día. En este contexto, los niños, niñas y adolescentes, quienes son altamente influenciables y a menudo experimentan situaciones de precariedad o inseguridad, son particularmente vulnerables a la tentación de unirse a grupos criminales.

Por esta razón, se vuelve imperativo promover la creación, consumo y distribución de productos culturales que, en lugar de glorificar la vida criminal, permitan a los jóvenes entender los verdaderos efectos y consecuencias de la violencia. Aunque es cierto que ni la literatura, ni el cine, ni la música pueden por sí solos impedir que los menores expuestos a contextos violentos se unan a organizaciones criminales, es crucial cuestionar el impacto que nuestros productos culturales tienen en la sociedad. Debemos preguntarnos si estos productos están contribuyendo al reclutamiento de niños por parte de los grupos criminales o si están ayudando a formar constructores de paz. Si modificar las letras de las canciones, los guiones de las series y películas, o simplemente fomentar el consumo de historias que muestren la realidad del crimen puede evitar que algunos jóvenes se integren al crimen organizado, ¿no deberíamos intentarlo?. Abordar este problema mediante la regulación o prohibición de los productos culturales que romantizan el narcotráfico podría parecer una solución sencilla, pero es poco probable que sea efectiva. Al igual que en la producción de drogas, prohibir productos que no nos gustan por su vinculación con el crimen organizado no resolverá el problema. Aquellos que lucran con la creación y distribución de estos productos tienen el derecho de hablar de ellos, pero el verdadero problema radica en el consumo masivo de los mismos. ¿Qué dice de nosotros como sociedad el hecho de que necesitemos estos productos y sus historias para soñar con una salida de la precariedad? ¿Qué tan desesperanzada es la situación de nuestros jóvenes para que sueñen con convertirse en sicarios?. Nadie puede predecir con certeza el futuro de México, pero si no encontramos soluciones más efectivas al problema de la violencia y nuevas historias que ofrecer a nuestras infancias y adolescencias, es probable que en los próximos años las fuerzas de seguridad continúen deteniendo a muchos más niños sicarios.

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