¿Por qué necesitamos a los mosquitos?
Todos tenemos mucha conciencia ecológica hasta que hablamos de los mosquitos. Puede que reciclemos, que vayamos a trabajar en bici e incluso que vivamos con una cantimplora de metal colgada del cuello para evitar las infames botellas de plástico. Solo hace falta un ligero zumbido en la oreja para que nuestras convicciones se esfumen. En ese momento olvidamos los derechos de los animales, el respeto a otras vidas y las revolucionarias teorías éticas de Peter Singer. El mundo entero desaparece y un solitario foco ilumina lo único que importa: el mosquito. Podríamos decir que esos dípteros chupasangre son nuestro mayor enemigo sin miedo a equivocarnos. El animal que más muertes humanas produce no es el tiburón, ni el cocodrilo, ni siquiera los perros, son los mosquitos, con 725.000 muertes al año.
El motivo de esta carnicería no es que los mosquitos drenen la sangre de sus víctimas hasta que fallecen, sino que actúan como vector, transmitiendo por su picadura todo tipo de microorganismos. Podríamos compararlos con una jeringuilla de uso compartido, que entra en contacto con la sangre de muchas personas, arrastrando las infecciones de unas a otras. Malaria, dengue, chikunguña, fiebre del Nilo Occidental, encefalitis de San Luis, filariasis, etc. Porque claro, si en lugar de muertes hablamos de infecciones, la cifra de afectados asciende hasta los 100 millones anuales. Nuestro odio hacia estos insectos es tal que, incluso los científicos, con todo lo ecologistas que son, se plantean la posibilidad de exterminarlos con técnicas realmente crueles. La cuestión es si podemos permitirnos esa masacre y la respuesta no es sencilla.
¿Qué nos han dado los mosquitos?
Está claro todo lo que nos incordian los mosquitos. Las muertes y enfermedades son los casos más graves, pero, salvando las distancias, tampoco es agradable convertirse en una colección de ronchas picosas, despertarse con un párpado hinchado o pasar la noche despierto porque uno de ellos pretende aterrizar en tu canal auditivo. Sin embargo, no todo es malo. De hecho, los mosquitos son unos de los principales polinizadores de la naturaleza. Solo unas pocas especies se alimentan de sangre humana. Es más, ni siquiera todos los individuos de esas especies nos vampirizan, solo las hembras gestantes. La mayoría de los mosquitos beben néctar y al atardecer o recién ha caído la noche. Solo por eso, su desaparición masiva del medio ambiente sería dramática, pero su importancia ecológica no termina aquí.
Los mosquitos también son clave en la transferencia de biomasa. Esto es: aprovechan los recursos de los ecosistemas acuáticos para transformarse en adultos y, por lo tanto, proporcionar alimento a animales terrestres. Son tantísimos que, ya sea como larvas o como imagos, suponen una parte fundamental de la dieta de muchos seres vivos. Las crías se alimentan de algas, microbios y vegetales en descomposición y, ellas, a su vez, componen la dieta de peces y aves que, de manera directa o indirecta, se terminan convirtiendo en nuestro alimento. No podemos perder a los mosquitos sin que las consecuencias medioambientales sean realmente desastrosas, aunque tal vez haya una solución intermedia.
Exterminio controlado
Lo que proponen los científicos es eliminar solo algunas especies, las que nos transmiten enfermedades. Otros, más precisos, están investigando cómo transformar a esas especies para que, aunque sigan procreando, no puedan infectarnos o, directamente, que ni ellas mismas se infecten. Entre estas líneas de investigación se encuentran verdaderas pesadillas. Algunas plantean dejar estéril a parte de la población, otras editarlos genéticamente para que, sin alas, sean incapaces de encontrar pareja. Otros proponen dejarlos ciegos o sin boca, para que no puedan alimentarse (ni atravesar nuestros capilares) y así acaben muriendo de hambre. No es una solución perfecta, puede que ni siquiera sea ética, pero es una medida sanitaria que podría cambiar para siempre la salud de nuestra especie.
Así que, si bien los mosquitos son indispensables para el correcto funcionamiento del medio ambiente, bajo ese nombre se incluyen una cantidad casi impensable de especies, muchas de las cuales no quieren tener nada que ver con nosotros. Podemos abordar nuestro odio hacia las especies hematófagas sin poner en riesgo a la naturaleza y resolviendo uno de nuestros principales quebraderos de cabeza veraniegos. Aunque, por ahora, todos estos intentos de exterminio son puramente teóricos y tendremos que conformarnos con un repelente y, con suerte, una raqueta eléctrica.
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