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  • ALEJANDRA OROZCO

2017, el año que Chiapas tembló más fuerte que nunca


Tuxtla.- Era una noche que parecía normal. El calor característico de Tuxtla Gutiérrez envolvía la noche, y Aurora, a punto de irse a dormir, se preparaba en su cuarto, a medio vestir poniéndose la pijama y contestando algunas conversaciones en WhatsApp. De repente, sintió un ligero temblor... en su casa, ubicada en una zona alta al norte oriente de la ciudad, casi no se sentían los sismos, tan comunes en Chiapas y a los que nunca tuvo miedo... hasta entonces.

“Está temblando”, le gritó a su mamá que estaba en la planta baja, con calma, solo para que no la tomara desprevenida... pero el ligero temblor al que estaba acostumbrada no paraba, sino que incrementó su intensidad. “Está temblando”, volvió a decir, menos calmada y más como para confirmárselo a ella misma.

“Bájate, está temblando”, le contestó desde abajo su mamá. Así, apenas con una playera, tomó una toalla para taparse la parte baja del cuerpo, y solo con calcetas, bajó mientras sentía cómo las escaleras se tambaleaban y la hacían tambalear, para luego reunirse en la calle con su mamá y su hermana, aún sintiendo debajo de los pies la fuerza de la naturaleza.

Los carros se movían como si tuvieran algún mecanismo que hiciera brincar la suspensión. Los cables entre los postes se movían como hamacas, la calle sin pavimentar parecía a punto de partirse y tragarse todo, mientras las luces de la ciudad se iban apagando por zonas, como en las películas, la ciudad se iba quedando en penumbra frente a sus ojos y los de los vecinos, que ya estaban en la calle.

Se oían gritos de desesperación, llantos de niños, oraciones, mentadas de madre, y Aurora solo podía pensar: “¿qué es esto? ¿Es un terremoto? ¿Será un bombardeo? ¿Qué está pasando? Se va a acabar el mundo”. Y de pronto, paró. Todo se quedó en quietud, en incertidumbre y miedo, de inmediato la gente empezó a tratar de comunicarse con los suyos, y como temían, no había señal ni de internet ni de celular, pasaron varios minutos para poder efectuar las llamadas y mensajes para comprobar que todo mundo estuviera bien.

La noche del 7 de septiembre de 2017 sigue fresca y horrorizante en la memoria de los chiapanecos: a las 11:49 de la noche, un terremoto de magnitud 8.2 y duración de tres minutos sacudió al país, con epicentro en las costas de Chiapas, es el más fuerte registrado en la historia del estado, y del país.

Hubo un saldo de 16 personas fallecidas, nueve por lesiones por caída de bardas u objetos, y siete por infartos derivados de crisis nerviosas; las salas de urgencia de hospitales y Cruz Roja se llenaron aquella noche de gente en crisis de pánico, o lesionadas, pero sobre todo con el alma rota por vivir un evento tan fuerte.

97 municipios fueron declarados en desastre por las autoridades, los más afectados fueron Cintalapa, Villaflores, Jiquipilas y Pijijiapan; 800 mil familias y 80 mil 500 viviendas fueron afectadas, cinco mil casas quedaron inhabitables, así como hubo daños en mil 500 escuelas, 71 unidades médicas, 194 edificios públicos, 411 iglesias, 658 comercios, 282 tramos carreteros, algunos aún sin reparar.

Hasta un año más tarde, según el Servicio Sismológico Nacional, hubo más de 20 mil réplicas, mismas que sucedían a diario y ponían a los chiapanecos en jaque, meses después de la tragedia, miles quedaron con estrés post traumático, problemas para dormir, y en un estado de alerta casi paranoico ante el temor de otro evento de tal magnitud.

Esa noche Aurora no pudo dormir. Cuando regresó la luz, encendió la televisión para saber qué estaba pasando. Los noticieros emitieron reportes de última hora, las autoridades se reunieron para evaluar los daños y brindar atención a la población, las redes sociales se actualizaban con datos de daños, albergues y la situación de escuelas y centros de trabajo.

Las calles estuvieron más despiertas que nunca, entre voluntarios rescatando personas afectadas, vecinos brindando asilo a quienes se salieron de sus casas, medios de comunicación informando sobre la situación, médicos atendiendo pacientes, albergues recibiendo damnificados... la naturaleza nos tomó a todos o durmiendo, o a punto de hacerlo.

Con los días, las cosas se iban normalizando y la ayuda comenzó a llegar, sobre todo víveres para la gente de la costa, que lo había perdido todo, las escuelas con daños buscaron sedes alternas, algunas apenas ahora, dos años después, fueron reconstruidas, otras no hay para cuándo.

Desafortunadamente, tan solo unos días después, el 19, otro terremoto sacudió al país, ahora en Puebla, que dejó mayor afectación en la capital del país y que minimizó nuestra desgracia. Dejaron de vernos y de mandarnos ayuda, la atención se focalizó en la Ciudad de México, y algunos edificios y casas terminaron de caerse con este nuevo movimiento sísmico... sin duda, septiembre de 2017 marcó nuestra historia.

Ahora, ya hasta bromeamos con eso. “Si tiembla de menos de 6, ni se siente”, o “no digan sorpréndeme septiembre, porque luego tiembla”. El terremoto parece cosa de hace mucho, pero sigue muy presente en nuestra memoria... y lo que más recuerdo de esa tragedia, fue de la unión que resultó entre nuestra gente.

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