- ALEJANDRA OROZCO
El encanto de Laguna Miramar
Hace seis años, mi mejor amiga (ahora mi comadre) me invitó a un viaje con un grupo de mochileros, me dijo que el lugar estaba padrísimo, que no íbamos a gastar mucho y que valía la pena desconectarnos un rato del mundo… en todo tenía razón, y es un destino que sigo teniendo muy presente: Laguna Miramar.
Se ubica en el municipio de Ocosingo, justo en medio de la selva, dentro de la reserva Montes Azules; hay al menos tres formas de llegar pero nosotros nos fuimos de Tuxtla a Comitán, salimos un viernes alrededor de las 10 de la noche, pues llegando a Comitán tomamos la carretera a Las Margaritas pasando Guadalupe Tepeyac, recuerdo que viajamos toda la noche, y temprano tomamos una carretera de terracería, son unos 150 kilómetros en total, pero solo la mitad están pavimentados y el resto son como un voladero, yo veía hacia la derecha y nada más veía un abismo, desde ahí comenzó la adrenalina.
Finalmente llegamos a los ejidos San Quintín y Emiliano Zapata, ahí se estacionó la camioneta y según mi amiga, nos faltaba como una hora caminando… pero no, fueron como tres horas con las mochilas, casas de campaña y provisiones a cuestas, en los que pasamos por ranchos, veredas y luego nos adentramos en la selva, el reto físico más grande que he vivido.
El error fue ir en temporada de lluvia, el lodo nos llegaba hasta las rodillas en algunas partes, nos atorábamos y no podíamos avanzar, a mi alrededor solo veía verde y me fijaba en no encontrarme con algún animal peligroso, recuerdo haberme topado con arañas y nada más, pero estaba muy cansada y cada 15 minutos me decían que ya faltaba poco.
Después de tres horas, entre los árboles empecé a ver azul, como si fuera un oasis, una vez teniendo enfrente la laguna me sumergí tal como estaba: con ropa, botas, calcetas, todo estaba lleno de lodo, y en cuanto me metí al agua me invadió una sensación de alivio, descanso y relajación increíble e incomparable... mis músculos se empezaron a desengarrotar y todo el cansancio quedó atrás, la vista era increíble y el sol estaba por ponerse.
La zona es vigilada y atendida por lugareños, no hay señal telefónica y sólo se puede llegar por esa vía, aunque ellos son súper hábiles y se la avientan en una hora, también les puedes encargar cosas y te las llevan pagándoles el viaje, o te rentan caballos y mulas para acarrear las cosas.
Ya que todo el grupo llegó al lugar, empezamos a montar las casas de campaña y preparar la cena, creo que tampoco hay luz, no recuerdo bien, pero llevábamos lámparas, en la zona hay un área como de palapa encementada donde acampamos, hay otra con hamacas y una cabaña con baños, después de cenar una carne asada platicamos y nos fuimos a descansar.
Al día siguiente, amaneció con neblina y el lugar parecía encantado… tomamos un recorrido en lancha para conocer algunos islotes de la laguna, que por cierto, te permiten tomar el agua directo por lo pura y cristalina que es, en una de las islas hay un mirador desde donde puedes ver la playa de cocodrilos, a la cual no hay acceso porque dicen que está plagada de estos lagartos.
La gente del lugar nos contó que hay un jaguar en la zona, que a veces baja a tomar agua pero casi no lo hace porque le asustan las personas, no nos tocó que nos visitara, después del paseo regresamos a preparar nuestras cosas para emprender el camino de regreso.
Para regresar sí decidimos pagar el caballo, yo no creía aguantar otro tramo así de vuelta, y aunque sí fue más rápido -hicimos como una hora-, yo venía agarrada del pobre animal sintiendo que me iba a tirar o que no iba a aguantar mi peso… el pobre también se atoraba en el lodo, pero salía victorioso, hasta que por fin llegamos al ejido.
Ahí nos bañamos, comimos y regresamos al coche para agarrar la terracería, llegamos a Comitán ese domingo en la noche, paramos a cenar y llegamos de madrugada a Tuxtla, a descansar un par de horas para ir a trabajar el lunes, lo padre de este destino es que se puede visitar en un fin de semana, organizando bien los tiempos para no faltar al trabajo ni pedir permiso.
La verdad es que el lugar me tenía hipnotizada, el agua es preciosa, solo se escuchan los insectos y la naturaleza, se siente una calma y una paz incomparables… ni siquiera me hizo falta la señal del celular, estuvo padre desconectarme por un día de todo y de todos, escuchando la lluvia caer mientras dormía y amaneciendo con esa neblina fresca sobre el agua.
Definitivamente volvería a este lugar… llegar es complicado, son más de 15 horas entre carretera y a pie, pero el destino lo vale, además de ser económico y dar la oportunidad de llevar provisiones y acampar para vivir la experiencia completa, ahora puedo decir que dormí en la selva y la conocí de cerca.
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