El panteón de Romerillo, un altar vivo en los Altos de Chiapas durante el Día de Muertos
- NOÉ JUAN FARRERA
- 2 nov
- 2 Min. de lectura
Tuxtla.- Muy cerca de San Cristóbal de Las Casas, tal vez 30 minutos, el pequeño poblado de Romerillo, en el municipio de Chamula, se prepara cada año para recibir a los vivos y a los muertos en una de las celebraciones más singulares de Chiapas.

En el marco del Día de Muertos, este panteón se transforma en un escenario de profunda espiritualidad, donde las familias tsotsiles mantienen viva una tradición ancestral que fusiona la cosmovisión maya con el sentir contemporáneo de su pueblo.
Ubicado en lo alto de una colina, el panteón de Romerillo ofrece una vista impresionante de este rincón de los Altos de Chiapas. Sus tumbas sencillas, cubiertas por hojas de pino y adornadas con flores de cempasúchil, dan testimonio de un respeto profundo por la naturaleza y la memoria.
Pero lo que más sorprende al visitante son las 22 cruces de madera, de hasta nueve metros de altura, que se alzan en representación de los parajes y comunidades con derecho a enterrar a sus difuntos en este sitio sagrado. Cada una se convierte en un símbolo de pertenencia, fe y unión comunitaria.

Durante los primeros días de noviembre, el panteón cobra vida. Hombres, mujeres y niños se congregan para acompañar a sus seres queridos, encendiendo velas, compartiendo alimentos, música y recuerdos. El ambiente es una mezcla perfecta entre solemnidad y alegría, donde la tristeza se disuelve en la convivencia familiar y en la certeza de que la muerte no es final, sino continuidad.
El aire se llena del aroma de las flores, la juncia y la cera derretida, creando una atmósfera mística que envuelve a todos los presentes. Entre ellos destacan los “maxes”, personajes cubiertos de negro y rojo, con listones de colores que representan sus comunidades. Estas figuras, inspiradas en los monos, cumplen la función simbólica de proteger a los difuntos de los malos espíritus durante su visita al mundo de los vivos.

Para los habitantes de Chamula y sus alrededores, esta festividad va más allá de la conmemoración del Día de Muertos. Es un encuentro entre generaciones, una celebración que reafirma la identidad indígena y la conexión espiritual con la tierra. No es raro que el ambiente se asemeje a una feria popular, con música tradicional, rezos, velas encendidas, aguardiente compartido y una energía que palpita entre lo terrenal y lo divino.
Visitar Romerillo con sumo respeto, en estas fechas, es adentrarse en un mundo donde las fronteras entre la vida y la muerte se desdibujan, donde las tradiciones se sienten más vivas que nunca y donde la cultura tsotsil se manifiesta con toda su fuerza. Un sitio que, año tras año, recuerda que el amor por los que partieron sigue floreciendo entre cruces de madera y luces de vela en el corazón de los Altos de Chiapas.









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