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Mérito y desafíos: Salón de la Plástica Chiapaneca 2025

  • REDACCIÓN
  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

BEATRIZ SANTOS

La tarde del 10 de noviembre se dibujó con un tibio gris sobre Tuxtla Gutiérrez. Puntual, el Centro Cultural Jaime Sabines abrió sus puertas para la inauguración y premiación del Salón de la Plástica Chiapaneca 2025. Afuera, el bullicio cotidiano; adentro, artistas, estudiantes y autoridades culturales llenaban los pasillos con la expectación habitual del certamen, que pese a sus turbulencias sigue siendo un termómetro sensible de la creatividad joven en Chiapas.

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La ceremonia comenzó sin retrasos, un pequeño triunfo logístico, aunque algunos discursos se extendieron más de lo necesario en detalles personales que diluían por momentos el nervio real del evento: la obra.

En el Auditorio General se congregaron autoridades culturales, legislativas y municipales, mientras en la Galería de Arte Contemporáneo aguardaban las piezas seleccionadas, dispuestas en un espacio que ha visto mejores días.

Pese a los esfuerzos del personal por mantenerlo en condiciones dignas, el deterioro del inmueble era evidente. Algunas obras quedaban sin iluminación adecuada, el piso mostraba hundimientos y la pintura apenas disimulaba la humedad de ciertos muros. Sin aire acondicionado, el único ventilador de la sala funcionaba como solución improvisada ante el calor húmedo de Tuxtla, un clima poco compatible con la conservación de obra. Las goteras, convertidas prácticamente en habitantes permanentes, son recordatorios de los vaivenes presupuestales que atraviesan los espacios culturales en el estado.

Aun con estas carencias, el salón logró convocar este año a 90 artistas, de los cuales 45 fueron seleccionados. Una mezcla de lenguajes, materiales y aproximaciones recorría las salas: desde ejercicios pictóricos que continúan la tradición figurativa hasta exploraciones conceptuales que tensan el soporte, el gesto o la imagen. Algunas propuestas mostraban intuiciones potentes, imaginarios propios, narrativas que nacen desde la experiencia cotidiana o comunitaria. El arte suele avanzar más rápido que la infraestructura que intenta contenerlo.

La cifra se anunció como un incremento significativo respecto a ediciones previas, aunque el dato más comentado fue la disminución en la participación de escultores, una preocupación reiterada por Coneculta.

No se trató de una casualidad. La razón es más estructural que generacional.

En 2024 se eliminó el premio de adquisición para esta disciplina y se reasignó a pintura. La comunidad escultórica leyó ese gesto como una desvaloración hacia su trabajo, y el precedente pesó este año. La decisión derivó en inconformidades públicas y señalamientos de favoritismo hacia estudiantes de una de las juradas, dejando heridas abiertas y una exigencia de mayor transparencia.

Con ese antecedente, muchos esperaban que el jurado fuera integrado por especialistas externos de distintas regiones del país o del extranjero para garantizar una mayor sensación de imparcialidad.

Finalmente, el comité estuvo conformado por Patricia Mota Bravo, Roberto Culebro Chávez (Toshiro) y Ramiro Jiménez Chacón, quienes entregaron tres premios de adquisición de 25 mil pesos cada uno por disciplina.

Los ganadores fueron: Geener S. Pérez Pérez, por “Déjame sentir tu ausencia” (Pintura); Óscar Alejandro Díaz Pérez, por “El peso del cuerpo” (Grabado); y Fátima Belén Jiménez Guzmán, por “Vestigios” (Escultura).

A ellos se sumaron dos menciones honoríficas de adquisición de 11 mil pesos cada una, y otras diez menciones sin premio económico, pero con visibilidad asegurada en el catálogo y en la muestra itinerante que recorrerá posteriormente municipios como San Cristóbal, Comitán y Tapachula. Para muchos jóvenes artistas, esa itinerancia representa el único puente posible entre su trabajo y públicos distintos al de la capital.

En su mensaje, Angélica Altuzar Constantino, directora de Coneculta, insistió en la necesidad de “dignificar el trabajo de las y los artistas plásticos”. El gesto es importante: Chiapas vive una paradoja cultural. Por un lado, el estado compra obra joven, incorporando las piezas premiadas a su acervo, lo que constituye un resguardo simbólico y patrimonial. Pero por otro, carece de programas consistentes para financiar proyectos de arte público o para apoyar la movilidad de los creadores, lo que dificulta que estos trabajos circulen más allá del ámbito local.

La falta de movilidad es uno de los obstáculos estructurales más complejos. Chiapas se encuentra geográficamente lejos de los grandes polos artísticos del país: Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey. La mayoría de artistas jóvenes carece de representación en galerías con redes nacionales o internacionales, y los presupuestos estatales rara vez contemplan apoyos para residencias, estancias o exposiciones fuera del estado. Por eso, aunque existan talentos sólidos, pocos logran insertarse en el circuito contemporáneo nacional. Esa distancia, más que geográfica, es una brecha simbólica que condiciona carreras enteras pese al gran talento.

En ese contexto, el Salón de la Plástica Chiapaneca intenta cumplir un rol doble: funcionar como ventana y como espejo. Ventana porque permite que el público observe lo que las nuevas generaciones están produciendo; espejo porque devuelve a los creadores una imagen a veces cruda de su propio ecosistema. Es un espacio que revela entusiasmos, tensiones, carencias y esperanzas.

Este salón, con sus veinte años de historia discontinua, ha sobrevivido cambios institucionales, pausas largas y reactivaciones abruptas. Hoy transita por una etapa que combina voluntad política con limitaciones materiales, metáfora involuntaria del estado cultural en Chiapas: un sistema que intenta mantener el arte con recursos insuficientes, sostenido por una comunidad que, pese a todo, persiste.

Al finalizar la ceremonia, mientras los asistentes recorrían las salas, era evidente que el salón sigue teniendo un significado profundo para quienes participan. En cada obra premiada hay una afirmación: el deseo de crear desde Chiapas, y a la vez, de trascender sus fronteras. En cada mención honorífica hay una promesa y un acto de resistencia cultural, pues el talento existe aunque el camino sea largo y difícil.

El Salón de la Plástica Chiapaneca 2025 confirma que el arte es una declaración de persistencia en un territorio que ofrece más obstáculos que incentivos.

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