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Uno de los grandes corazones zoques de Copainalá, dejó de latir

  • NOÉ JUAN FARRERA
  • hace 8 horas
  • 2 Min. de lectura

Este viernes 20 de junio, Copainalá perdió a uno de sus más grandes hijos, pero su legado trasciende la ausencia. El maestro Luciano Vázquez Pérez no fue solo un docente, ni solamente un empresario ni un gestor cultural. Fue —y será por siempre— el alma viva de la cultura zoque, sembrada con generosidad, sabiduría y amor profundo por su pueblo.

Luciano vivió con una sola brújula: la de la identidad. Su vida fue una lucha constante por mantener viva la raíz zoque en los corazones de su comunidad, especialmente de los jóvenes. Con paciencia de sabio, sembró cultura en cada platillo, en cada danza, en cada palabra dicha con orgullo de ser copainalteco.

Desde 1974, el restaurante El Bambú fue mucho más que un negocio. Fue el lugar donde la tradición zoque se servía con tortillas recién hechas y donde los niños vulnerables hallaban un refugio cálido y un plato lleno, sin pedirlo. Quienes hoy lo recuerdan comiendo ahí de niños —como Rubiel Santos, que alguna vez lustró zapatos y fue invitado por Luciano a pasar a la mesa—, saben que no solo los alimentó: los hizo sentirse parte de algo más grande, los hizo sentirse dignos.

Como presidente del Comité de Cultura “Raíces de mi Pueblo”, Luciano diseñó un espacio comunitario vibrante donde la danza, la música, la gastronomía y las historias ancestrales no solo se celebraban: se vivían, se compartían, se heredaban. Gracias a él, eventos como “Un Día en Copainalá” se convirtieron en auténticos rituales colectivos de identidad. Allí no solo se honraba a los sabios y guardianes culturales, también se abrían puertas a las nuevas generaciones: jóvenes músicos, niños danzantes, cocineras tradicionales, cronistas, todos cobijados bajo su visión de un Copainalá con memoria viva.

Luciano no buscó poder político. No lo necesitó. Su liderazgo fue más profundo y duradero: el del ejemplo, el del servicio, el del amor por su gente. Rechazó los reflectores del cargo y prefirió la luz modesta de los foros comunitarios, como el Foro Cultural que hoy lleva su nombre, donde resonaron las risas de los niños y las notas del saxofón de Iván Zea, los acordes del piano de Roger Alonso, y los pasos rituales del moktecsu y el weya-weya.

Su visión era clara: que cuando a un niño le pregunten por qué Copainalá es especial, tenga la respuesta en el corazón. Y ese corazón lo formó Luciano con sus actos, con su fe en la cultura, con su incansable impulso al turismo responsable, al rescate de saberes, al valor de los otros.

Hoy lo despedimos con tristeza, pero también con gratitud. Porque el maestro no se ha ido: vive en cada platillo del Bambú, en cada paso de la encamisada, en cada palabra que un joven repite con orgullo zoque. Copainalá no será el mismo sin él, pero gracias a él, será siempre un lugar con alma.

Gracias, maestro Luciano, por enseñarnos que preservar la cultura es amar la vida. Que sembrar identidad es sembrar futuro.

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