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Cuando la tecnología se vuelve aliada del derecho a la salud

  • VANESSA TRACONIS QUEVEDO
  • hace 2 horas
  • 5 Min. de lectura

Tuxtla.- ​Hay palabras que no caducan: bien común, dignidad, justicia. Hoy, cuando la tecnología marca el pulso de nuestras rutinas –desde pedir un taxi hasta monitorear un ritmo cardiaco– vale la pena preguntarnos si ese poder sirve a todas las personas por igual o si, por el contrario, amplifica situaciones de desigualdad –que ya conocemos–. El espejismo de la hiperconectividad puede confundirnos: México alcanzó en 2024 a 100.2 millones de personas usuarias de internet –83.1% de la población de 6 años y más– y 73.6% de los hogares con acceso, un salto histórico que habla de avance, pero no de justicia por sí mismo, según el INEGI.

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​Porque bajo esa superficie persisten brechas tercas: la conexión es más densa en ciudades que en comunidades rurales y hay estados con penetración superior a 90% frente a otros –como Chiapas y Oaxaca– que siguen rezagados; esta diferencia no es solo técnica; es social, económica y sanitaria: donde la red flaquea, también flaquea el acceso oportuno a información, servicios y, por supuesto, a medicamentos esenciales (Freedom House).

​Si desplazamos el foco de la conectividad al bolsillo, la fotografía es aún más cruda. México continúa entre los países de la OCDE con mayor gasto de bolsillo en salud: 41% del gasto total, frente a un promedio de 18% en la organización; y dentro de ese gasto, los fármacos concentran más del 60% del desembolso de los hogares, dato que expone por qué la “pobreza farmacéutica” no es un giro retórico sino una realidad cotidiana: familias que, frente al mostrador, eligen entre comer o medicarse (OECD).

​No estamos ante un problema meramente local; a escala global, la OMS estima que alrededor de 2 mil millones de personas enfrentan dificultades financieras por gastos de salud; mil millones incurren en gasto catastrófico, y 344 millones caen en pobreza extrema o más profunda debido al costo de la atención. Si el derecho a la salud fuese una autopista, demasiadas personas siguen detenidas en la caseta de peaje

​En América Latina y el Caribe, la propia OPS pidió reforzar la inversión pública en salud al menos al 6% del PIB –destinando el 30% a atención primaria– como condición para transformar sistemas y evitar retrocesos; mientras tanto, se documentan obstáculos concretos para acceder incluso a antihipertensivos esenciales: listas desactualizadas, compras fragmentadas y escasa estandarización, en una región donde la hipertensión es un factor de riesgo masivo, esa inercia se traduce en vidas más cortas y más frágiles.

​¿Para qué, entonces, hablar de tecnología? Porque bien usada puede ser el puente que falta entre la estadística y la vida concreta; la tecnología no es el fin; es la herramienta que permite ordenar el caos, volver visibles las prioridades y asignar recursos con justicia. En Fundación RedSalud Internacional hemos aprendido, a fuerza de calle y de datos, que lo que no se mide se pierde, y lo que se mide sin ética se distorsiona. Nuestra respuesta ha sido construir un sistema con apellido humano: RedSaludHub –plataforma– y RedSaludMobile –aplicación– como una misma lógica en dos formatos, capaces de abrazar un territorio diverso, desigual y urgente.

​¿Qué hace diferente a este enfoque? Primero, convierte historias en información accionable sin despersonalizarlas: un adulto mayor en Villaflores que no completa su tratamiento, una madre en Mitla que fracciona las dosis del antibiótico, un joven con TOC en Tuxtla que interrumpe su medicación por costo o estigma; cada caso entra al sistema con nombre y georreferencia, pero sale convertido en mapa de calor, en semáforo de prioridad, en ticket de transparencia para auditar el apoyo. Así se reduce la arbitrariedad y se eleva la justicia: los subsidios y donaciones del Fondo Solidario de Medicamentos llegan primero a quien más los necesita, no a quien más toca la puerta.

​Segundo, RedSaludHub integra un triaje social o comunitario —una adaptación ética del triaje clínico– para clasificar riesgos de pobreza farmacéutica. No se trata de etiquetar a las personas, sino de ponderar variables (ingresos, carga de enfermedad, distancia al punto de atención, adherencia terapéutica, redes de apoyo, entre otras) y producir una prioridad que guíe decisiones. La fórmula es verificable y mejorable; su propósito, innegociable: salvar tiempo, sufrimiento y dinero a quienes ya cargan demasiadas cuentas pendientes.

​Tercero, la trazabilidad es total. Cada donación o subsidio deja un rastro digital auditable –del lote del medicamento a la sucursal o aliado solidario que lo dispensa– para cumplir la norma, evitar duplicidades y blindar la confianza. La transparencia no solo seduce a donantes; también disciplina a quienes operamos en campo.

​Cuarto, el sistema se lleva en la bolsa. RedSaludMobile permite registrar pacientes, validar documentos, consultar inventarios solidarios y ejecutar apoyos desde el teléfono, incluso con conectividad limitada; eso convierte a las y los voluntarios en nodos de salud pública: pueden levantar un censo en una colonia, identificar un brote de desabasto terapéutico y detonar una microcampaña local en horas, no en semanas.

​Ahora bien, una tecnología que no reconoce sus límites es peligrosa. En México, el salto en conectividad convive con rezagos persistentes: el internet rural, más frágil, reduce el potencial de cualquier plataforma que dependa de datos en tiempo real. Resolverlo implica alianzas con autoridades locales y empresas para ampliar cobertura y, mientras tanto, diseñar flujos “offline-first” que no dejen a nadie fuera por una señal intermitente. Es una decisión de diseño, pero también de ética (Freedom House).

​Tampoco podemos ignorar que, mientras el gasto de bolsillo siga tan alto, la mejor app del mundo chocará con la pared del mostrador; de ahí que el uso de RedSaludHub vaya unido a un esfuerzo de advocacy: datos para convencer a empresas, laboratorios y gobiernos locales de cofinanciar tratamientos, actualizar listados de esenciales y simplificar compras públicas. La evidencia existe y es tozuda: sin proteger a los hogares del gasto catastrófico, cualquier promesa de cobertura universal será un cascarón. En 2020, por ejemplo, CONEVAL reportó que 3.9% de los hogares mexicanos incurrió en gasto catastrófico en salud, con mayor incidencia entre los más pobres; y evaluaciones recientes insisten en atender esa curva por nivel de ingreso. La estadística es una alarma; nuestras plataformas, la herramienta para apagarla.

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​Hay otro filo de la navaja: los datos sensibles. La confianza se gana con límites claros. RedSaludHub y RedSaludMobile nacen con criterios de minimización de datos, consentimiento informado, controles de acceso y protocolos de anonimización para fines de investigación; no recolectamos por curiosidad ni por moda; recolectamos lo indispensable para que nadie tenga que elegir entre comer o medicarse. La privacidad no es un obstáculo: es el cimiento de la legitimidad.

​¿Qué proponemos hacia adelante? Tres movimientos concretos. Primero, llevar la inversión y la voluntad al primer nivel de atención, como recomienda la OPS, y usar la plataforma para dirigir apoyos a donde previenen más y mejor: control de crónicos, adherencia, salud mental comunitaria. Segundo, crecer la red de Comercios y Médicos Solidarios y formalizar esquemas de cofinanciamiento que alivien el precio final de los tratamientos donde más pesa –los medicamentos–, con reglas claras y auditoría pública. Tercero, impulsar, con datos locales, reformas y lineamientos que reconozcan la pobreza farmacéutica como un riesgo social y económico que destruye productividad, competitividad y proyectos de vida. Tecnología sí, pero con brújula política y social.

​La tecnología al servicio del bien común no se mide por cuántas líneas de código contiene, sino por cuántas vidas deja de fracturar. RedSaludHub y RedSaludMobile son, en esencia, una invitación: a que empresas, gobiernos municipales y estatales, universidades, gremios y ciudadanía organizada nos encuentren en el terreno común de los datos con propósito. No prometemos milagros algoritmos; prometemos un sistema justo, transparente y humanitario para que la distancia entre un diagnóstico y un tratamiento se acorte para quienes hoy están más lejos. Si la salud es un derecho, la tecnología debe ser su aliada y su garante. Lo demás –premios, reconocimientos, métricas– llegará por añadidura. Lo importante es que, cada día, una persona más no tenga que elegir entre comer o medicarse.

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