El dolor de la soledad
- LAKSHMI SHAKT
- 11 feb
- 3 Min. de lectura
La soledad elegida puede ser un refugio, un espacio de paz donde disfrutamos de nuestra propia compañía. Es ese momento en el que nos permitimos respirar, reflexionar y reconectar con nosotros mismos, lejos del ruido del mundo exterior.

Sin embargo, el verdadero dolor llega cuando la soledad no ha sido nuestra elección, cuando nos invade el vacío y el eco del silencio se vuelve insoportable. En esos momentos nos sentimos invisibles, como si nada ni nadie nos viera, y anhelamos desesperadamente una mirada, una voz, un abrazo que nos recuerde que seguimos existiendo en el corazón de alguien. Es ahí donde nos perdemos en el doloroso abandono y el vacío de nuestra propia vida.
Pero incluso en medio de ese dolor, la soledad puede convertirse en una maestra silenciosa.
Aunque no lo veamos en el momento, esta experiencia nos invita a mirar hacia adentro, a descubrir quiénes somos más allá de la compañía de los demás.
No se trata de rechazar el mundo exterior, sino de comprender que nuestras carencias emocionales no deben definirnos. Y, sobre todo, no debemos poner en otros la responsabilidad de llenar nuestros vacíos. Es fundamental recordar que somos responsables al cien por ciento de nosotros mismos y de nuestra propia felicidad.
La soledad nos invita a sanar esas heridas, a aprender a disfrutar de nuestra propia presencia y a encontrar en el silencio una oportunidad para crecer. Muchas veces no nos damos cuenta de que somos nosotros mismos quienes nos rechazamos y que, en realidad, el mayor dolor no es la soledad en sí, sino la incapacidad de estar con nosotros mismos y aceptarnos tal como somos.
Para sanar el dolor de la soledad no elegida, es fundamental comenzar por aceptar lo que sentimos sin juzgarnos. Hay que reconocer que es válido sentirse tristes o vacíos es el primer paso hacia la sanación, esto es el poder de la humildad.
Luego, podemos enfocarnos en actividades que nos apasionen, ya sea pintar, meditar, escribir, cocinar o simplemente pasear en la naturaleza. Estas pequeñas acciones nos ayudan a reconectar con nosotros mismos y a recordar que nuestro valor no depende de la presencia de otros.
Otro consejo clave es practicar la gratitud. Aunque parezca difícil en momentos de dolor, agradecer por las pequeñas cosas de la vida puede transformar nuestra perspectiva.
Muchas veces dejamos de ver lo que sí tenemos por enfocarnos en lo que nos falta, y desde ahí nos convertimos en víctimas de nuestra propia soledad y nos perdemos en el camino dramatizando nuestro dolor.
Tenemos que comenzar a agradecer desde lo más simple hasta nuestros logros más significativos es un ejercicio poderoso. Un amanecer, una taza de café caliente o una canción que nos emociona pueden ser recordatorios de que la vida sigue ofreciéndonos belleza, incluso en los momentos más oscuros.
Finalmente, es importante recordar que la soledad no es eterna. Cuando aprendemos a disfrutar de nuestra propia compañía, dejamos de buscar a otros por necesidad y empezamos a compartir desde el deseo y la abundancia. La soledad, entonces, se convierte en un arte: el arte de disfrutarnos, de amarnos y de crecer en nuestra propia esencia.
Y desde ese lugar de plenitud, podemos construir relaciones más auténticas y significativas, porque ya no dependemos de los demás para sentirnos completos.
Lakshmi Shakti :
Terapeuta, Consteladora Familiar y Tanatóloga
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