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  • AFP

Haití: pobreza, cólera, inestabilidad política, Covid y ahora el devastador terremoto


De verdad que la madre naturaleza no perdona, y ahora un fenómeno natural, un terremoto de 7.2 puso en situación dramática al país más pobre del hemisferio occidental. El terremoto de magnitud 7,2 sacudió Haití este sábado y hasta el momento Haití ha superado un millar de personas, mientras los equipos de rescate proseguían este domingo la búsqueda de supervivientes. El último informe oficial cifra en 1.297 el número de muertos y en al menos 5.700 los heridos en todo el país.

Países sobre todo vecinos, se están movilizando para apoyar a Haití y como no hacerlo si se trata de uno de los países más pobre y ahora se encuentran sobre la necesidad.

Lamentable que Haití apenas se este recuperando del terremoto del 2010; porque el 12 de enero de 2010 la capital de Haití quedó bajo los escombros. En pocos segundos, un movimiento sísmico de 7 grados en la escala de Richter dejó el 65% de las construcciones en la zona metropolitana de Puerto Príncipe-Pétionville totalmente colapsadas o con un alto grado de destrucción. Más de 200.000 personas perdieron la vida y más de dos millones quedaron en la calle.

Por si no hubiera tenido suficiente con el terremoto de 2010, el cólera, el dengue, los huracanes, la falta de agua, la pobreza, la insalubridad, la desnutrición, la violencia, la inestabilidad política, la corrupción o la inseguridad, el Covid-19, ahora Haití se enfrenta a otro terremoto de magnitud 7,2, las consecuencias peor, no es critica sino dramática.

El desastre agravó la que ya era una situación difícil para los haitianos, quienes ya lidiaban con la pandemia de coronavirus, el asesinato del presidente y una ola de violencia de pandillas. El primer ministro Ariel Henry dijo que estaba enviando ayuda a las zonas donde las localidades quedaron destrozadas y los hospitales se veían superados por el número de pacientes que llegaban. Un exsenador rentó un avión privado para trasladar a los heridos de Les Cayes a Puerto Príncipe para que reciban asistencia médica. Esta situación hace reflexionar mucho, ver a un país con 11 millones de personas que lucha contra la pandemia del coronavirus y la falta de recursos para enfrentarla, que incluso apenas el mes pasado recibió su primer lote de vacunas contra Covid-19 donadas por Estados Unidos a través del programa de Naciones Unidas para países de bajos ingresos.

Haití es el país con mayor casos de sida en el Caribe y sus tasas de prevalencia del VIH se encuentran entre los más altos de la región, mientras tiene la mayor prevalencia de tubercolsis de todo el continente y el 22% de sus niños menores de 6 años sufre desnutrición severa.


Pero el desastre en Haití enseña sobre todo que el riesgo no es algo que se crea en un minuto devastador, no es la casualidad súbita de una inversión de temperaturas y el calor del agua que mueve un huracán, o la fuerza acumulada durante años que se libera de pronto, sacude y licua los suelos, la infraestructura y los sueños de bienestar de miles de familias. La tragedia de Haití muestra, de manera extrema, que nuestras sociedades enfrentan diariamente escenarios dramáticos de riesgo concentrados en sectores de la población que han sufrido una exclusión histórica, muchas veces centenaria, con una vulnerabilidad que se refleja en dinámicas sociales y políticas desatentas y urgidas más por la acumulación y el desarrollo de los macroindicadores que por las necesidades específicas de quienes menos posibilidades tienen. Ahí está el desastre de Haití: esa lección debería ser el aporte indeleble del dolor de tanta gente.

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