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  • ALEJANDRA OROZCO

La aventura de ser mamá: A un año de enterarme de la mejor noticia

A principios de julio del año pasado, estaba en el Banco de Sangre tratando de donar para mi abuelito, a quien iban a operar de las cervicales, además de conseguir otros donadores. Para no hacer el cuento largo, no pude donar, me dijeron que tenía los leucocitos bajos, y no sabía por qué.

“¿No es que estás embarazada?”, me preguntó mi mamá, y yo le dije que no, pero me quedé pensando en esa posibilidad... en el fondo, algo me decía que pasaba algo más, que no estaba anémica, y recordé que tenía dos días de retraso en el periodo y que llevaba dos días con mucho sueño y molestia tipo colitis.

Esas horas no hice más que pensar en eso, y al día siguiente, decidí ir por una prueba de embarazo, no de farmacia, porque no quería ver mi vida pasar frente a mis ojos mientras orinaba en un palito, y que fuera un resultado falso, así que fui a la segura y me hice una prueba de sangre.

Siento que los empleados de los laboratorios hacen sus apuestas entre ellos cuando realizan este tipo de estudios, de si es un bebé deseado o no, de si lo quieres tener o no, incluso te preguntan si tienes pareja estable, si te proteges y cuántos días de retraso tienes antes de sacarte sangre.

Pagué, esperé mis resultados y salí a la calle, no quería abrir el sobre enfrente de ellos. Lo abrí mientras cruzaba, y casi me atropellan, aunque no fue una sorpresa leer POSITIVO, porque algo dentro de mí lo sabía, e inevitablemente comencé a sonreír.

Mi hermana fue la primera en saberlo, le mandé una foto del resultado, me marcó, lloramos, y me puse a pensar cómo decírselo a Rodrigo. Ese día no nos íbamos a ver, pero le dije que fuera por mí saliendo del trabajo (yo apenas iba en camino para allá), y tuve que aguantar las cinco horas más eternas de la vida en lo que lo veía.

Tuve que improvisar, así que escribí un mensaje en un Post It y lo metí en una cajita de regalo que tenía guardada. “Soy de este tamaño (y señalaba una bolita chiquita de papel) pero seguiré creciendo. Espérame en 2020”, decía, y se lo di casi casi al subirme al carro.

Le dije que había llegado algo que esperaba, mucho antes de lo planeado... y él pensó que era el FIFA 20 que había pedido... pero no, era algo mejor. Le dije que se estacionara para mostrárselo, se orilló, se sacó de onda al ver la cajita pequeña, y cuando le cayó el veinte, lloró y me abrazó. Creo que yo lloraba más de nervios en ese momento, estaba feliz pero muy sacada de onda, pero todo se fue aclarando y me fui calmando.

Esa noche nos dormimos súper tarde platicando del futuro que nos aguardaba, de lo felices que estábamos y de todo lo que teníamos que hacer. Ir al ginecólogo, decirle a mis papás (a mi suegra se lo dijimos esa noche), comprarme ácido fólico, si nos íbamos a casar o a vivir juntos, hasta hicimos cuentas de cuándo pudo haber pasado.

Yo quería esperar a los tres meses para dar la noticia, pero al día siguiente se lo dije a mi mamá, que se puso loca de contenta, mi papá no vivía aquí pero lo convencí de venir y se lo dije justo el día de su cumpleaños, y al resto de la familia y amigos se los fuimos diciendo poco a poco, aunque nos ganaba la emoción.

La primera cita fue de nervios, era la primera vez que iba con ese doctor (porque estaba dentro de la red de mi seguro de gastos médicos), y éramos conscientes de que muchas veces las pruebas no aciertan o que los bebés no se logran. Para nuestra sorpresa, tenía cuatro semanas de embarazo, estaba bien colocada al centro y al fondo del útero y todo se veía de maravilla, tal como fue todo mi embarazo.

Me siento muy emocionada mientras escribo esta columna, con Elisa dormida entre mis brazos y recordando todas las emociones de hace un año, de ver cómo han cambiado las cosas, que nuestra vida cambió desde ese día, que la espera se hizo amena y valió totalmente la pena.

Mi embarazo fue pleno y hermoso, Elisa nació sana y es una bebé feliz, risueña, hermosa y con rollos en las piernas, que todos los días nos enseña algo nuevo y que vino a complementarnos, más aún ahora que ya al fin estamos los tres juntos, turnándonos para dormirla y pasearla, Rodrigo haciendo la comida mientras yo lavo mamelucos, y quedándonos como locos en las noches, contemplándola dormir, dándonos cuenta de lo felices que somos.

 

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