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La aventura de ser mamá: Me convertí en esa mamá

  • ALEJANDRA OROZCO
  • 6 feb 2023
  • 3 Min. de lectura

Es la 1:55 de la tarde y yo estoy saliendo al estacionamiento, literalmente corriendo, para subirme al carro, aventar mi mochila, prender el clima, bajar el cristal para que salga el aire caliente, poner la reversa, salir de mi cajón y a acelerar lo más que pueda para poder salir del estacionamiento, salir a la calle y alcanzar el semáforo en verde, para poder dar vuelta y ahora sí, dirigirme a la escuela de Elisa, que sale a las 2 de la tarde.

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Así es como transcurre la mayoría de mis días, corriendo siempre para llegar a tiempo por las niñas, dejando por supuesto mi trabajo y terminado y poder pasar de ser reportera a ser mamá; a veces aún no acabo, porque tengo que grabar mi voz off en el carro mientras le suplico a Elisa que no haga ruido, o tengo que cargar más aspectos en un semáforo en rojo, y seguir redactando mientras doy de comer o juego a la pelota.

Últimamente, no he podido evitar pensar en la clase de mamá en la que me convertí, sin recordar a mi mamá, y ver que en muchos aspectos, me convertí en ella: me veo manejando mientras platico con Elisa de cómo le fue en la escuela, o cuando le compro un helado a ella y otro yo mientras lo vamos comiendo camino a la escuela de su hermana, ir con mis dos niñas en el carro pensando en la comida o en mis pendientes, pero agradecida siempre de tenerlas y de nuestras carreras diarias.

Cuando era chiquita, recuerdo que iba por mí mi abuelo materno o mi abuelito paterno, en taxi o en colectivo, después de eso, sí recuerdo que en la primaria iba mi mamá por nosotras, nos íbamos a la casa y comíamos súper rápido porque mi mamá tenía que regresar a su trabajo a las 4, entonces desde ahí me acostumbré a comer muy rápido, pasábamos ahí toda la tarde y a las 8 que salía, nos regresábamos a la casa, muchas veces caminando, recuerdo irnos por toda la calle central desde la quinta norte, cruzar el parque central y así irnos a la casa, siempre corriendo, pero siempre juntas.

En eso pienso cuando voy con mis niñas, cuando las dejo solas cinco minutos en el carro mientras me bajo a comprar comida, o cuando salgo con las dos cargadas de la guardería de Renata, o cuando dejo a Elisa en la recepción mientras subo por su hermana, todo el tiempo preocupada, por ellas y por los demás pendientes que tengo en en día, y pienso ¿acaso esto se terminará algún día? Y sé que no, que apenas está empezando.

Es una friega diaria tener dos niñas chiquitas y saber que hasta antes de las 6 de la tarde yo soy la que se tiene que chutar todas las idas y venidas, pero obviamente también tiene sus ventajas, y ahora que están empezando a jugar juntas, a cuidarse, a reírse entre ellas y a despertarse con una sonrisa cuando se ven una a la otra, todo vale la pena, es oro puro, y cada día me siento mas feliz de ser su mamá.

Ha habido ocasiones en que creo que de verdad no voy a poder, como cuando Elisa me hace berrinche en la escuela de Renata porque no quiere esperar abajo, o cuando llegamos a casa y estoy durmiendo a Reno cuando Elisa me pide ir al baño, o así me la paso, entre una y otra, cuidándolas, atendiéndolas y comiendo entre bocados y cambiadas de pañal, pero sé que es mi día a día, y por el otro lado, crecen tan rápido que en menos de lo que me imagino toda esta etapa pasará y serán mas independientes.

Y neta están creciendo muy rápido: Elisa ya no usa pañal, ya se pone los zapatos sola, ya se sube y baja de su silla, y un sinfín de cosas que me hacen darme cuenta de lo grande que está, Renata sigue siendo más dependiente pero también va que vuela… mis bebés están dejando de ser bebés, para convertirse en unas niñas, hermosas y que me sorprenden con su carisma e inteligencia, por las que vale la pena seguir echándole ganas a todo.

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