La aventura de ser mamá: Reencontrarse a una misma
- ALEJANDRA OROZCO
- 5 feb 2024
- 4 Min. de lectura
Tuxtla. - Después de tener un hijo o hija, te dicen que debes dejar pasar 40 días para que te “den de alta”, ya sea que hayas tenido un parto natural o una cesárea, 40 días para cicatrizar, para dejar de sangrar, para adaptarte, en el caso de las más creyentes, para traer el paliacate rojo en la cabeza o la faja en la cintura, los médicos y todo mundo te dicen que 40 días y ya, que incluso, pasando la cuarentena ya puedes pensar en tener otro hijo.
Nueve meses en esperarlos… toda una vida la que te cambian… ¿y esperan que 40 días sean suficientes para estar como si nada? No, para nada, es imposible; hay estudios que incluso señalan, que tienen que pasar al menos dos años, para que una mujer vaya superando todos esos cambios físicos, psicológicos, hormonales y de vida, para comenzar a recuperar su identidad.
Y digo “recuperar” así, entre comillas, porque cuando nace un bebé, muere una versión de una y nace una madre, nace una etapa totalmente diferente donde puedes seguir cumpliendo con tus roles, pero ya nunca dejarás de ser mamá, es un shock muy grande y cuesta mucho adaptarse a la vida a partir de la maternidad, por más amor y espera que haya representado el embarazo, es algo bastante fuerte para cada mujer.
En mi caso, recuerdo mucho -y ya lo he compartido-, cuando salí del hospital cargando a Elisa, en silla de ruedas y recién salida de la cesárea, nos paramos en una farmacia, mi mamá se bajó y yo me quedé con mi bebé en brazos: ahí me cayó el 20, me puse a llorar confundida y desesperada: ¿cómo iba a hacerme cargo de este ser de ahora en adelante, si no podía ni pararme sin ayuda porque sentía que me iba a descoser otra vez? ¿Cómo alimentarla si no me salía aún ni una gota de leche? ¿Qué iba a ser de nosotras si nos quedábamos un día solas?
Conforme van pasando los días te das cuenta de que sí puedes, de que todo pasa y de que vas aprendiendo junto con tu bebé, que no estás sola y que tu instinto te va guiando, pero eso no se lo puedes explicar a una mamá primeriza, lo tiene que vivir en carne propia, y así cada pequeño logro se convierte en una gran hazaña: la primera vez que la bañas sola, la primera vez que le cambias el pañal sin ayuda, la primera toma sin dolor, la primera noche sin llanto, y luego todo eso va evolucionado a la primera vez que comió papilla, la primera vez que brincó en dos pies, o la primera vez que hizo popó en la nica, cosas que parecen tan pequeñas y cotidianas pero que solo una mamá sabe lo que representan.
Eso en cuanto a ser mamá, pero ¿qué pasa con la identidad como mujer? Llevo ya casi cuatro años siendo mamá, y apenas el mes pasado pude hacer mi primer viaje sola, apenas he tenido dos o tres salidas sin niñas, ya ni me acordaba lo que era platicar con mis amigas sin estar correteando niñas, salir a solas con Rodrigo también se ha vuelto algo muy especial y esporádico, cuando antes era cosa de todos los días.
En el trabajo, mi principal pensamiento ahora es en organizar mi día para que me dé tiempo de ir a traer a las niñas a la escuela, cuando me toca hacer notas fuera, mi preocupación es hacer un buen trabajo, pero sobre todo acabar pronto para volver con ellas, ya toda gira en torno a poner a mis hijas en primer lugar, y yo sé que es por su edad, aún están chiquitas y conforme crecen, se hacen más independientes y yo puedo ir retomando algunas actividades que los primeros años no podía.
Por ejemplo, ya perdí la cuenta de cuándo fue la última vez que me fui a tomar una cerveza con mis amigas de noche, o la última vez que fui al cine con mi mamá, pero sé que ya van pasando los primeros años, que yo sabía que tenía que encerrarme a criar y aprender a ser mamá, lo cual se alargó más cuando tuvimos a nuestra segunda niña en menos de dos años… pero la ventaja es esa, que van creciendo juntas y así no tendré que pasar por todo eso otra vez, sino aunque se prolongue, está pasando al mismo tiempo.
Por supuesto que no es una queja, ni me arrepiento de dejar ciertas cosas de lado o en pausa: todo vale la pena, cuando me quedo con las niñas y juego con ellas o las veo reír, todo vale la pena, esas sonrisas me llenan el alma y hoy en día no sé qué sería de mí, si seguiría en este mismo estado, si ya nos hubiéramos casado, si ya hubiéramos hecho más viajes o cambiado el carro, lo que sí sé, es que no me sentiría tan plena ni feliz como lo soy con mi familia.
Así que, si les toca escuchar a una mamá, sobre todo de niños pequeños, quejarse o decir que extraña su vida antes de ser mamá, no la juzguen, pues la maternidad implica todo un sacrificio que se acepta con amor y que a veces, solo hace falta desahogarnos para recargar pilas y seguir adelante.
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