top of page

La brújula de Blom y la fiesta de la Asunción: dos memorias de San Cristóbal

  • AGENCIAS
  • 13 ago
  • 4 Min. de lectura

BEATRIZ SANTOS

ree

En el corazón de los Altos de Chiapas, donde el aire fresco acaricia las calles empedradas y el eco de las campanas se disuelve entre los tejados coloniales, San Cristóbal de las Casas se prepara para una de sus celebraciones más emblemáticas: la Fiesta de la Virgen de la Asunción.

El 15 de agosto, la ciudad se vestirá de fervor, color y sincretismo. Y, casi como un susurro histórico, el pasado 9 de agosto se conmemoró el natalicio de Frans Blom, el explorador danés que dedicó su vida a desentrañar los secretos de la selva chiapaneca y a tender puentes entre mundos. La coincidencia de estas fechas invita a pensar en Chiapas como un territorio donde la memoria arqueológica y la espiritualidad comunitaria dialogan sin descanso.

Frans Ferdinand Blom, nacido en Copenhague en 1893, no parecía destinado a una vida sedentaria. Hijo de una familia acomodada, estudió artes, pero el destino lo llevó lejos de Dinamarca. En 1921 desembarcó en México para trabajar en la compañía petrolera “El Águila”. No tardó en dejar atrás el negocio del petróleo.

Los vestigios mayas de Chiapas y Tabasco encendieron en él una pasión irreductible. Su curiosidad lo condujo a explorar Palenque, Tortuguero, Uaxactún, Comalcalco, Toniná y Chinkultic, registrando con precisión inédita lo que en sus expediciones iba hallando.

Blom no era un visitante más. Sus mapas y levantamientos topográficos transformaron la comprensión de la arqueología mesoamericana. Entre expediciones a la Selva Lacandona, Guatemala y la Península de Yucatán, escribió obras como Tribus y templos (1926) y The Art of the Maya (1937), donde no solo documentó ruinas, sino que capturó la vitalidad de los pueblos que aún habitaban esas geografías, en especial los lacandones.

En 1950, junto a la fotógrafa suiza Gertrude Duby —su compañera y aliada— fundó en San Cristóbal la Casa Na Bolom, “Casa del Jaguar” en lengua maya. Más que un hogar, era un punto de encuentro para arqueólogos, etnógrafos y artistas, pero también un refugio para comunidades. Un lugar donde la investigación se encontraba con la hospitalidad y el respeto. Hoy, Na Bolom sigue vivo: conserva su biblioteca, colecciones y espíritu de diálogo entre pasado y presente.

Blom murió en 1963, en la ciudad que había hecho suya. Su vida recuerda que explorar no es solo descubrir: es preservar, escuchar y dialogar con las culturas vivas. Esa misma idea late en la festividad de la Virgen de la Asunción.

Cada año, desde el siglo XVI, esta celebración transforma a San Cristóbal en un escenario de devoción y creatividad. La festividad comienza el 31 de julio con el “anuncio”: un grito colectivo proclama “¡Viva la Virgen de la Asunción!” acompañado de cohetes que marcan el inicio del ciclo festivo. El 14 de agosto, la “mudada” de la Virgen —el cambio de sus ropajes— simboliza la renovación espiritual del pueblo, que, como la flora sobreviviente de los bosques y la selva, es capaz de reverdecer su follaje a pesar de las duras inclemencias que lo rodean o amenazan su serenidad.

Para el día 15 de agosto, la procesión resuena acompañada de música: una mezcla de tambores, flautas y trompetas. Los “panzudos”, personajes disfrazados que provocan risas, conviven con altares decorados con flores, velas y símbolos prehispánicos de fertilidad. La pólvora delinea las calles de los barrios que se recorren. Su olor y el sonido de sus pequeños explosivos proclaman por todo lo alto que San Cristóbal festeja a la primera patrona del pueblo mágico. Los portones y puertas de las casas coletas se armonizan con el espíritu de cada recorrido. Algunas engalanan el grupo portando huipiles bordados que narran historias de la tierra y el cielo; otras vestidas de chiapanecas, bailan. Todos caminan entre flores, música y humo de copal. La Virgen, vista como madre protectora, se funde con las facultades de deidades, y así la fiesta se convierte en un puente entre cosmovisiones.

Herencia del sincretismo que integró a una comunidad bajo la misma fe.

Esta confluencia —el natalicio de Blom y la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción— no son hechos aislados: ambos celebran la riqueza cultural de Chiapas desde ángulos distintos. Blom trazó mapas y documentó monumentos para que el mundo comprendiera la magnitud de las culturas mesoamericanas. La festividad, por su parte, es un mapa vivo: en sus danzas, bordados y procesiones se tejen rutas de identidad que se graban en la memoria colectiva.

San Cristóbal es el escenario perfecto para este cruce. Las iglesias, con sus retablos, se abren frente a plazas donde se levantan escenarios transitorios de resistencia de tradiciones populares; las fachadas coloniales conviven con las lenguas originarias; los cohetes resuenan sobre el adoquín; la marimba se mezcla con el murmullo de rezos y el aroma del copal se queda suspendido en el aire. Como si el tiempo se doblara y permitiera ver el Chiapas de Blom y el de hoy en un mismo instante.

Ambos espacios —el museo vivo que fundó Blom y la fiesta que late desde hace siglos— revelan que la cultura no es un archivo, sino una práctica diaria. Quizá ahí radique la conexión profunda entre un explorador venido de tierras lejanas y una procesión mariana: en la voluntad de mantener viva la memoria como brújula en tiempos inciertos, y en la certeza de que todo lo que se recuerda con amor sigue habitando el presente.

Comentarios


Banner GOB.jpg
Cambio climático 950x125 copy.png
Estar Consiente.jpg
bottom of page