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Mundial 2026, una oportunidad que México no puede desaprovechar

  • EDITORIAL
  • hace 43 minutos
  • 2 Min. de lectura

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El Mundial de 2026 no es solo un evento deportivo compartido entre México, Estados Unidos y Canadá. Para nuestro país, representa una plataforma histórica que puede redefinir la manera en que proyectamos nuestra identidad, fortalecemos nuestra economía y demostramos al mundo que, pese a los desafíos internos, México sigue siendo un país capaz de organizar, competir y celebrar a lo grande. El impacto del Mundial no se mide únicamente en estadios llenos o en el orgullo de ser anfitriones por tercera vez. Se mide en infraestructura, en turismo, en empleo y en el impulso que recibe la imagen internacional del país. Desde meses antes del primer saque, miles de personas comienzan a moverse: hoteles, aeropuertos, restaurantes, transportistas, comercios locales, productores y servicios de todo tipo se preparan para recibir una afluencia que difícilmente se repite en otra circunstancia. México no necesita construir estadios monumentales: ya están ahí, renovados y con historia. Pero sí necesita invertir en movilidad, seguridad, servicios y atención al turista. Y cada una de esas áreas, si se maneja con responsabilidad, deja beneficios que trascienden el Mundial. El gran riesgo sería convertir la fiesta en gasto, en vez de convertirla en legado. El impacto económico será evidente, pero también lo será el impacto social. El fútbol, con toda su fuerza emocional, puede unir a un país que en ocasiones se siente fragmentado. Un torneo global despierta ilusión, entusiasmo y sentido de pertenencia, pero también exige madurez: no basta con llenar estadios; hay que demostrar que la hospitalidad y la organización pueden estar a la altura del espectáculo. A nivel deportivo, el 2026 es un examen duro. México jugará en casa, con su gente, con su clima y con su historia sobre los hombros. Pero también con una generación joven que deberá demostrar que el país está listo para dejar de cumplir expectativas mínimas y comenzar a aspirar más alto. Ser anfitrión obliga, compromete y exige resultados. El Mundial 2026 es, en esencia, una oportunidad: de mejorar infraestructura, de fortalecer el turismo, de atraer inversión, de unir a la sociedad y de recordarle al mundo por qué México es un país capaz de generar experiencias inolvidables. La pregunta no es si el Mundial traerá beneficios. La verdadera pregunta es si México será capaz de convertir este momento histórico en un punto de partida y no solo en una fiesta pasajera. Porque los grandes eventos no se miden por lo que duran, sino por lo que dejan.

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