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México: Sie7e años sin crecer y el tiempo se nos agota

  • EDITORIAL
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

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México atraviesa un periodo que no puede normalizarse: siete años sin crecimiento económico real. Siete años en los que la inversión se ha estancado, el empleo formal avanza con pasos cortos y la inflación ha erosionado el poder adquisitivo de las familias. No es solo un indicador que aparece en un informe técnico; es la realidad que se respira en cada hogar donde el dinero ya no alcanza y el futuro parece alejarse. Durante décadas, México fue mencionado como una de las economías con mayor potencial del continente. Hoy, ese potencial se ve comprometido por decisiones que han frenado la confianza, la competitividad y la innovación. La política económica se ha concentrado en administrar la urgencia, no en construir el porvenir. Los apoyos sociales han sido un alivio para millones, pero no se puede depender únicamente de transferencias para reactivar el aparato productivo del país. Sin crecimiento no hay inversión pública que alcance, no hay salario que resista ni bienestar que pueda consolidarse. La economía no es una abstracción: detrás del estancamiento hay pequeñas empresas que cierran, jóvenes que no encuentran empleo digno, profesionistas que migran en busca de oportunidades y familias enteras que renuncian a sus proyectos porque la realidad no les permite más. México enfrenta un mundo que cambia con velocidad: energías limpias, automatización, nearshoring, digitalización de las industrias… oportunidades que podrían detonar una nueva era de prosperidad. Sin embargo, seguimos atrapados en discusiones de corto plazo, con políticas que muchas veces responden más a cálculos políticos que a una estrategia integral de desarrollo. La incertidumbre ahuyenta capitales, desalienta a emprendedores y le cierra la puerta al futuro. Y en medio de todo, la desigualdad se vuelve más profunda. Cuando la economía no crece, la riqueza se concentra y el resto del país queda a la deriva. No es casualidad que la pobreza aumente cuando no hay empleos formales, créditos accesibles o infraestructura suficiente para que las regiones más vulnerables se integren al mercado nacional. Es urgente construir una visión de país que vaya más allá de cualquier administración federal. México necesita fortalecer el Estado de derecho, fomentar la competencia, liberalizar los sectores que hoy siguen atrapados en monopolios y, sobre todo, generar las condiciones para que la productividad sea la base del bienestar. El talento de nuestra gente no es el problema; el problema es no darle un espacio donde florecer. El reto no es menor, pero tampoco imposible. Ya hemos demostrado antes que México puede crecer y transformarse. Nos toca decidir si seguiremos posponiendo lo inevitable o si apostaremos nuevamente por una economía abierta, dinámica, que premie el esfuerzo y la innovación. El crecimiento económico no es un lujo: es un acto de responsabilidad con las futuras generaciones. Porque un país que se resigna al estancamiento, termina renunciando a su destino.

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