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  • Redacción

Ratónelo, El ratón sin diente


Premio Nacional de Cuento “Instituto Jesús Reyes Heroles”  


Por María Guisela Toro de la Cruz 


Erase una vez en un lugar muy alejado de la población, vivía una familia de ratones. Todos eran alegres y cooperaban. Tenían un trabajo asignado por el comité para poder vivir ahí.



Ratonlandia tenia sus casitas en hileras dentro de troncos de arboles secos. Más de cien familias componían esa comunidad de ratones. Entre las familias que habitaban ahí se encontraba la familia Juárez cuya cabeza de familia eran: Don Ratoncasco y Doña Ratonina. Habían procreado siete ratoncitos sus nombres eran: Ratonesco, Ratonexis, Ratonemo, Ratoneri, Ratonesimo, Ratonmoy y Ratónelo. Mama ratona tenia cuarenta días de haberse convertido en mamá. Entre sus ratoncitos se encontraba uno muy especial por ser diferente: No tenía dientes. Su nombre era Ratónelo.

Nadie entendía en toda la comunidad de ratones sobre este caso. Solo había alguien que tendría la respuesta: Ratón luz del Ocaso.  Era el ratón más viejo de todos. Conocía y había aprendido cosas sobrenaturales, hacia brebajes, pomadas y limpias. Esa pequeña población de ratones se alimentaba de semillas y frutas del campo. Estaban bien organizados en grupos de: ratones recolectores, almacenistas que colocaban los alimentos en las bodegas; vigilancia; Tejedoras; alfareros; albañiles; entre otras actividades que eran necesarias para esa comunidad. El comité administrador era electo por votación, se anotaban los que querían servir. Votaban uno por uno levantando la mano y en voz alta decían el nombre. Así no había duda por quien votaban.

Todos los días Ratonina se enfrentaba a la misma pregunta:

–¿Mamita, porque no tengo dientes? ¿Por qué a todos mis hermanos ya le salieron y yo… ¡Nada! -Exclamaba ansioso Ratónelo.

–Hijito no te desesperes, no a todos nos sale en el mismo tiempo, te van a salir, pero debes de tener paciencia. -contestaba Ratonina su madre.

Por las tardes acostumbraban salir a jugar al parque los ratoncitos pequeños de la comunidad. Seis hermanitos de la familia Juárez, llevaban una semana conviviendo con los demás ratoncitos. Solo Ratónelo no tenía permiso de salir a jugar. Sin embargo, ese era su gran día, estaba deseoso de conocer a los demás y tener amigos.

En toda Ratonlandia murmuraban porque ese ratoncito regordete aun no tenia dientes, también se preguntaban, porque era gordito si no podía masticar. ¿Como es que Ratonina la madre había hecho para que su ratoncito pudiera comer? Lo que nadie sabia es que esa madre llena de amor, se había inventado un molinillo manual, donde trituraba las semillas con esmero para luego ponerla en agua convirtiéndola en una deliciosa comida para Ratónelo. Su papilla era muy ligera, al volverse liquida ese pequeño ratoncito comía más, porque sus dientes y estomago dejaba de hacer el trabajo de triturar. Lo que Ratonina, hacia que le diera el doble de comida, muchas veces dejando de comer ella, para dárselo a su pequeño. Los alimentos eran administrados y a cada familia de ratones les daban una ración semanal. Algunos ratones papas, salían al campo para capturar o recolectar alguna otra cosa que les permitiera cubrir con una mayor cantidad los alimentos para su familia.

Esa tarde al salir Ratónelo a jugar con sus hermanos y otros niños, el pequeño corrió tras de sus hermanos. Comenzaron a jugar los seis con la pelota que habían llevado. Con una patada muy fuerte Ratónelo le pego a la pelota, rodando ésta hacia el grupo de pequeños ratones que se encontraban muy cerca de ellos. Ratónelo fue en busca de la pelota, sin darse cuenta que era objeto de curiosidad por lo ratoncitos presentes. Todos lo miraban y confirmaron lo que por mucho tiempo murmuraban: Era el Ratón sin diente. 

La voz de otro pequeño ratoncito se escucho fuerte y lleno de burla:

–Tu adefesio, feo y malformado, no vas jugar mas entre nosotros. Nadie quiere verte por aquí jugando. ¡Lárgate de nuestro parque, anda lárgate! Los demás no te lo dicen porque no tienen valor, pero yo si tengo y te lo digo…me avergüenza que juegues con nosotros, aléjate de aquí. -Por si no fuera suficiente, alza la voz para preguntar- ¿Que alce la mano quien quiere que se vaya de aquí? -Dijo ese pequeño ratón, con cuerpecito fuerte, delgado. Tenía mucha influencia entre todos los ratoncitos. En las peleas, siempre ganaba. Su habilidad era reconocida hasta por los mayores de Ratonlandia. Su nombre era Ratonyon.

El pequeño Ratónelo se volteó a verlo, abriendo los ojos tan grandes, que pudo ver como todos los ratoncitos levantaban la mano para que se fuera. No contento con eso Ratonyon alzo la voz para gritarle:

–Chimuelo, Chimuelo, Chimuelo. -Con esta palabra incitó a los demás a repetirla y en menos de tres segundos todos los ratoncitos comenzaron a gritarle con burla esa palabra, que quedaría grabada en su memoria por siempre. Todos lo corrieron de ahí, excepto sus hermanos que se quedaron callados sin defender a su pequeño hermanito.

Ratónelo se quedo inmovilizado, parecía que sus pies estaban pegados a la tierra, quería correr de ahí para esconderse en algún lugar donde jamás lo encontraran, pero no pudo dar un solo paso. Al ver que no se movía a pesar de estarlo corriendo, Ratonyon se acercó para empujarlo, lo hizo tan fuerte que el pequeño ratoncito salió volando por los aires, para caer en un charco de agua que se encontraba a escasos tres metros de ahí.

El pequeño Ratónelo cubierto de agua y lodo, sollozaba de dolor, vergüenza y desilusión. Fue entonces que uno de sus hermanos, corrió hacia el para darle la mano, ayudarlo a levantar y llevarlo a su casa. El pequeño se levanto sin voltear a ver a nadie, mientras la cara de satisfacción de Ratonyon era festejada con aplausos por todos.

Llegaron a su casa, no sabían si decirle a su madre. Ratónelo, se calló y les pidió que no dijeran nada. Lo que menos quería, era preocupar a Ratonina, que esa mañana había amanecido enferma. Corrió a bañarse y ponerse ropa limpia, no quería que sus padres le preguntaran por el raspón en las rodillas y las manos. Se curó con la pomada que guardaba su madre en una gaveta del armario, se acostó en su cama, se cubrió con las sabanas escondiendo su dolor, como si con ella pudiera hacer olvidar toda la humillación recibida.

–Hijitos míos venga a cenar, ya esta servido – gritó Ratonina. Todos llegaron a sentarse, solo Ratónelo no apareció-.

Ratonina se sorprendió que el más glotón de sus ratoncitos no llegara a cenar, por lo que pregunto:

–¿Dónde esta Ratónelo? ¿fue a jugar con ustedes? ¿Qué le hicieron?

-Nada madre, esta bien, pero nos dijo que le dolía el estomago hace rato que regresamos, tal vez por eso no quiere bajar a cenar-Contesto Ratonmoy.

-Bien, iré a traerlo de las orejas para que coma. No puede irse a la cama sin cenar, además el es muy glotón.

Termino de servir a sus pequeños y caminó hacia la recamara donde dormían, la ultima cama era la de Ratónelo. Lo vio tapado totalmente, quietecito. Se acerco despacio y al llegar como buena madre a la que su sexto sentido le dice que algo le paso, busca indicios con la mirada. Observa pequeñas manchas de sangre, también su nariz detecta el olor a la pomada que preparaba su abuela y que ella había aprendido a hacerla. Era para heridas y raspones. Con voz tierna y cariñosa le dijo:

-Ratónelo que haces ahí escondido. ¿Estas bien? Anda habla con tu madre. ¿te caíste o algo te hicieron?

El silencio fue la certeza de que algo le había pasado. Le vuelve a preguntar lo mismo, sin obtener respuesta. Sin embargo, un pequeño sollozo se escuchó que no pudo contener Ratónelo. Ratonina alarmada, le quita la sabana donde estaba escondido Ratónelo. Vio su carita triste y llena de dolor, los ojos hinchados por llorar. No se pudo contener y exclamo:

–¿Qué te hicieron? ¿Quién te lastimó, dime Ratónelo, veo sangre en tus manitas y en las rodillas? Ven aquí, te voy a curar. ¿Quién fue que te hizo esto?

Ratónelo estalla en llantos, no pudo contenerse más.

-Madre todos los niños en el parque me corrieron. Me pusieron “Chimuelo”, se burlaron de mi por no tener dientes. Ratonyon me puso ese apodo y todos ahí me lo gritaron, ya no quiero salir nunca mas de aquí. Mañana no voy a ir a la escuela, me quedaré aquí hasta que me muera, nadie me quiere soy un adefesio.

–Ratónelo no digas eso. Eres hermoso, quien te haya hecho sentir mal, es porque no sabe lo que dice, no sabe que a los pequeños ratoncitos no siempre les sale los dientes en el mismo tiempo. Todos al igual que las semillas del campo que germinan y crecen en su tiempo, por la lluvia, por el sol; así también somos nosotros. Ya te saldrán, no tienes de que preocuparte.

–No madre, no me saldrán nunca. Todos mis hermanos tienen dientes desde hace tiempo. ¿Por qué a mi no me salen los dientes?

–Ya te dije que debes ser paciente, no desesperes. Anda baja a comer ya esta lista tu cena. No me hagas enojar a mi también, sabes que te quiero mucho, pero también debes aprender a ser fuerte. Mañana cuando llegues a la escuela, debes ir con la frente levantada, no has hecho nada malo mi ratoncito, debes ser valiente y no darle importancia a los que te griten esa palabra tan fea. Hablaré con la maestra, para que este pendiente de ti.



Esa noche Ratonina durmió intranquila, preocupada por Ratónelo. No sabía como ayudarlo a aceptarse como había nacido. Esa tarde también Ratoncasco papá, le contó a Ratonina que el pequeño, jamás podría tener dientes. Había ido con el Ratón más viejo para consultarle el problema de su hijo.

El Ratón Viejo, le dijo “Uno entre un millón de ratones” nunca podrá tener dientes, es una enfermedad que al día de hoy no hemos descubierto que la produce en nosotros, solo se que debes ayudar a tu pequeño a que pueda vivir su vida sin depender de nadie. Mi bisabuelo fue como él, vivió más de ochenta años, se acostumbró a moler todos sus alimentos, se casó y fue feliz con mi abuela. No debes preocuparte, pero si debemos platicar con todos en Ratonlandia, para que lo acepten y traten bien. Seguramente va ser rechazado por muchos de nosotros, ya que hasta hoy han pasado mas de cien años y no ha nacido ningún ratón con esa malformación.

A la mañana siguiente, todos se alistaron para ir a la escuela, era el primer día para esta generación de ratones. Ratónelo estaba indispuesto para ir, pero Ratonina lo convenció que no debía tener miedo. Por un momento se olvidó de la tarde de ayer, al ver las libretas y lápices que sus padres les habían comprado a todos. Eran tan bonitas, que quería comenzar a aprender a leer. Cada noche cuando su mama les leía cuentos, el deseaba saber más y más, por eso esperaba con ansias que por fin su sueño de saber leer se haría realidad. Se fueron todos juntos caminando a la escuela. Ratónelo iba cantando muy alegre, con una sonrisa. Al llegar a la escuela, los demás ratoncitos al verlo se alejaban de el. Los hermanos de Ratónelo, lo abrazaron y siguieron caminando. Todos ya habían ocupado sus lugares, se sentaron en los pupitres libres. Eran mesas de dos, por lo que Ratónelo busco un asiento libre. Encontró uno y al tratar de sentarse, el ratoncito que ya estaba sentado se levanto como resorte de la banca, no sin antes decir en voz alta:

–Quítate de aquí, no se me vaya a pegar tu enfermedad- lo vio con ojos de desprecio alejándose del pupitre, para irse a sentar en los pupitres libres de atrás.

Ratónelo no supo que hacer, quedo paralizado como la tarde de ayer. Se quedo sentado y en ese preciso momento entro la maestra al salón, alcanzando a ver lo que estaba sucediendo. Se acerco a ellos, le pidió la mano a Ratónelo y lo jalo a lado de ella.

–Buenos días mis queridos ratoncitos, Soy la Maestra Ratonena, estaré con ustedes este ciclo escolar. Les enseñaré a leer, escribir y además aprenderemos los valores. ¿Ustedes saben que son los valores? ¿Levanten la mano quien sabe que es un valor? Nadie sabe. Bueno vamos a comenzar. Levántense todos de sus pupitres. Durante este curso hablaremos de el respeto, la tolerancia, la bondad, la paz, la solidaridad, la amistad, la honestidad, el amor, la justicia, la libertad, la honradez, la igualdad, la no discriminación, entre otros.¿Cuantos de aquí en el salón son ratoncitos blancos? Levanten la mano…Vamos a contar uno, dos, tres…ocho, solo ocho. ¿Cuántos de aquí son Ratoncitos negros? Uno, dos, tres, cuatro…dieciocho, veinte… veintisiete son negros. ¿Cuantos ratoncitos son pardos? Uno, dos, tres, cuatro… once ratoncitos son de ese color. Ahora quiero que alguien me diga ¿porque no todos tenemos el mismo color de pelaje? ¿Por qué creen?

Un ratoncito alzo su mano y la maestra asintió con la cabeza para que hablara.

–¿Porque no tenemos los mismos padres? -Dijo el ratoncito.

–Muy buena respuesta, si cuenta eso también, pero les voy a explicar. Todos somos diferentes porque venimos de razas distintas, somos dos razas en nuestra especie de animal: las pardas y las negras. Luego están los hámsteres, es una especie que domestican los humanos, pero siguen siendo roedores. En Ratonlandia alguna vez debió vivir entre nosotros una familia de hámster, por ello solo ocho ratoncitos son color blanco. Los demás somos ratones comunes, pero por el solo hecho de no tener el mismo color no significa que seamos diferentes. Seguimos siendo roedores. Otra pregunta más: ¿Cuántos en este salón, no tienen cabello? Levanten la mano y contemos: Uno, dos, tres, cuatro…dieciséis en total no tienen cabello. ¿Ustedes creen que les va salir el cabello?

-Sí. -gritaron la mayoría.

–Bien, déjenme decirles que a muchos de ustedes no les va salir el cabello, porque así es su raza. Sus padres o abuelos no tenían y ustedes lo van heredar. ¿eso no significa que sean menos ratones, ¿verdad? Siguen siendo ratones o roedores. A ver, la ultima pregunta: ¿Cuántos de ustedes tienen las manos de enfrente muy cortas? Levanten la mano: uno, dos…siete, solo siete tienen las manos más cortas. Ustedes podrán hacer su vida normal igual que los que tienen manos largas. Todos son únicos, irrepetibles, no hay en toda Ratonlandia uno igual a ustedes. Eso es ser irrepetible. Así Ratónelo es diferente, igual que les acabo de explicar, todos aquí en este salón tenemos características en nuestro cuerpo que nos hace únicos. El es único, no es que este enfermo, es un ratoncito diferente, al que todos vamos a querer y respetar porque es igual a todos nosotros. Al día de hoy no tiene sus dientecitos, no sabemos si le saldrán, probablemente si, pero si no le salieran, el será fuerte y sabrá enfrentar esa diferencia, eso que lo hace distinto a los demás. No debe recibir malos tratos ni ser rechazado por nadie de aquí en toda Ratonlandia, debe sentirse incluido y respetado.

–Como se llaman? -pregunta Ratonena a los dos ratoncitos en discordia.

–Ratónelo Maestra.

–Yo Ratonmax.

–Bueno Ratonmax, discúlpate con Ratónelo. Eso que hiciste se llama discriminación. Esta conducta es cuando ustedes rechazan a otro ratoncito por el color de su pelaje, por no tener cabello, por ser gordo, por tener orejas más grandes o manos más cortas. Por ser simplemente diferente a ustedes. Aquí vamos a aprender, para ser mejores ratoncitos. Deben ser respetuosos, tolerantes y solidarios con todos en Ratonlandia. Esta es la educación que nos han dado por siglos nuestros ratones abuelos, honremos su memoria. Que no sea esta generación la que rompa la armonía entre todos nosotros. ¿Alguna duda ratoncitos?

–Aquí Maestra-Se oyó una vocecita al fondo del salón-. Ayer Ratonyon agredió a Ratónelo, lo llamó Chimuelo, todos los demás igual. Yo no estaba con ellos, pero mis padres lo vieron y me dijeron que eso estaba mal, que debía ser amigo de Ratónelo. Lo hare, ven aquí conmigo Ratónelo, siéntate conmigo, será un honor compartir contigo este pupitre.

–No, ven aquí tu, te sentaras adelante con Ratónelo. Por favor, cédanle el espacio a Ratónelo. Ratonyon ven aquí, por favor. -dijo la maestra.

Ratonyon caminó al frente del salón, avergonzado con la cara hacia el piso y sin saber que hacer.

–Discúlpate con tu compañero por tu fea conducta de ayer. ¿Cuéntame porque hiciste eso? -Le preguntó la maestra Ratonena.

–Maestra, mi padre nos ha enseñado a ser fuertes, a no agachar la cabeza, a demostrar que somos mejores a los demás. Escuche una platica entre mis padres, decían que Ratónelo estaba enfermo y tuve miedo que esa enfermedad se nos fuera a pegar a todos los que vivimos aquí. -Contestó Ratonyon.

–Bueno, ahora que saben que es lo que tiene Ratónelo discúlpate con tu nuevo amigo, de ahora en adelante han aprendido esta lección. Todos somos iguales, hay ratones diferentes en Ratonlandia, pero todos somos roedores. Algunos se dedicarán a recolectar, otros a almacenar según tengan sus habilidades desarrolladas, eso será materia de la siguiente clase, pero por ahora voy a preguntarles. ¿Qué aprendieron hoy?

¡Que todos somos iguales! -.  Contestaron algunos ratoncitos tímidamente.

–Mas fuerte, quiero que griten fuerte y se lo aprendan bien -les contesto la maestra.

–¡Todos somos iguales! ¡Todos somos iguales! -gritaron todos los ratoncitos al mismo tiempo viarias veces.

–Bien, ahora Ratonyon y Ratónelo dense la mano, y un abrazo. Esto es la amistad, quererse y apoyarse uno al otro -los pequeños se acercaron, se dieron la mano y abrazaron.

La maestra jaló hacia ella a los dos ratoncitos, para darse juntos un gran abrazo los tres. Desde ese día, Ratónelo y Ratonyon se convirtieron en los mejores amigos. Naciendo así el valor de la amistad.

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