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  • ALEJANDRA OROZCO

Chiapanecos también buscan el sueño americano

Tuxtla.-El tema migrante está tomando más fuerza que nunca: vemos a los hondureños, venezolanos y más que provienen de otros países, pero ¿qué pasa con los mexicanos? Aunque últimamente las cifras de migración de México a Estados Unidos han descendido, hace algunos años miles de chiapanecos buscaban irse a como diera lugar.


Al corte de 2020, el INEGI reportó que 17 mil 014 personas dejaron Chiapas para irse a vivir a otro país, 8 de cada 10 se fueron al “gabacho”, y Víctor fue uno de ellos… era 1996 y era un joven de tan solo 18 años, que decidió lanzarse a la aventura, dejando su trabajo en la ciudad y el poco estudio que tenía para cambiar su vida.

“Tuve un problema con mi padre y como yo tenía un familiar en Oregon, ni parpadeé, él me proporcionó el dinero del pasaje pero era una situación difícil, no había quién me guiara… esperé como cuatro meses a que me avisara que ya podía irme, y me fui con unos tres mil pesos al norte”, cuenta.

Viajó de Chiapas a México y luego a Tijuana, y así comienza el sacrificio de un migrante… Víctor señala que en México tenemos el racismo entre nosotros mismos, fue testigo de una división tremenda entre los del norte y los del centro; dice que allá te dicen “guacho” sin importar de dónde seas, y que toda la pesadilla empieza precisamente de este lado del muro, que en ese entonces no existía.

“Afortunadamente no me pasó nada pero sí te bajan lo que tienes… bajan, ven la fisionomía de la persona, te preguntan de dónde vienes, a qué vas… no, pues voy a Tijuana a buscar trabajo… no te la creen; todos piensan que vas para el otro lado y saben que traes dinero, te intimidan y lo que haces es dar un dinero, en un camión de la Ciudad de México para allá, el 80 por ciento va a buscar trabajo, muy pocos van a ver a un familiar, van subiendo de estado en estado, y si no te mochas ahí te quedas”, recuerda.

Víctor se fue con el dinero justo para una semana, acabando, tenía que buscar la forma de subsistir, y eso que aún no sabía cómo iba a cruzar, aunque tiene claro que nunca lo hubiera intentado ni por el río ni por el desierto. “Llega el momento en que dices: a qué vine, porque en mi adolescencia me quería tragar el mundo y realizar un sueño, no me importaba”, nos cuenta.

Su hermano en el otro lado, le dijo que tenía que esperar al familiar de un amigo de él que no conocía en Tijuana, al otro día conocieron a los coyotes -que le cobraron 500 dólares en esa ocasión para pasar- y se trasladaron caminando de Tijuana a San Diego, en un trayecto de dos días, de noche solo se paraban a descansar un rato, llevaron comida que compraron en Tijuana y con eso subsistieron, con eso y con la esperanza de llegar sanos y salvos.

“Ya en el transcurso del camino sí una parte que es Chulavista nos cayó la migración y nos bajamos corriendo, ahí es una parte de sierra, ya habíamos subido un cerro, en ese traslado nos tuvimos que bajar nuevamente y darle vuelta para quitar la vuelta a la migra, es cosa de evitarlos porque hay una zona donde cuidan, no están en todos lados como dicen en las noticias, en ese entonces te dejaban entrar de 15 a 20 kilómetros, en ese tiempo no estaba la valla, podías entrar y salir sin problema, la migración no está en la línea divisoria, sino cuando pasa algo o donde pasan los carros, en sitios libres no”, explica.

Así fueron bordeándolos hasta llegar a San Diego, donde les volvió a caer la migra porque llegaron a un parque donde la gente hace deporte, como eran unos 22, llamaron la atención, la gente habló a migración y se dispersaron, lamentablemente a su nuevo amigo sí lo agarraron y lo deportaron, pero él pudo llegué a Los Ángeles, y esperar ahí para que el conocido volviera a pasar, en ese tiempo se quedó con el familiar de su compañero.

“Es todo un vía crucis que tiene uno que pasar, no te lo esperas, no sabes lo que te espera… yo me eché 10 días: de Chiapas a México un día, de ahí 43 horas a Tijuana, un día más ahí, dos en el camino, un día en San Diego, y luego yo me eché una semana más en Los Ángeles… ahí fue cuando yo ya comencé a creérmela que estaba en Estados Unidos, en Los Ángeles, cosa que nomás lo veíamos en las películas, entonces ya ahí cambió prácticamente mi preocupación, ahí empecé a sentirme más feliz, con el hecho de haber estado ahí para mí ya había logrado algo que siempre deseé”.

Pero su viaje aún no acababa: le restaban otras 14 horas a Salem, Oregon, para esto lo pasaron a traer y se fueron en un carro particular, donde le empezaron a mostrar distintos lugares, por el lado del Pacífico, ya que California es largo… en Oregon lo esperaba su hermano, para comenzar a adaptarse a su nuevo estilo de vida.

“La verdad no es como te cuentan, llegar y empezar a barrer el dinero y enviarlo, Oregon no es zona de industria sino de agricultura y ahí el gobierno apoya más a los migrantes, empecé en el campo, cultivando blackberry, además una planta de donde sacan la cerveza, luego comenzaron a subir más migrantes de California a Oregon y se empezaron a perder las cosechas, que representaban hasta el 80 por ciento del total de la producción nacional”, señaló. Antes, reconoce que no era tan difícil, bastaba con sacar tu ID para poder sacar tu licencia, en los campos no había problema, pues todos saben que eres migrante y lo que quieren es el trabajador, que hagan el trabajo que no hacen los americanos, pero ya en una industria, en un trabajo más formal, sí te verifican; además tuvo la oportunidad de estudiar inglés como segundo idioma allá y eso le facilitó mezclarse con la gente anglosajona, pues en ese tiempo no había mucho mexicano en ese estado, se concentraban en California y Phoenix.


“Muchos compatriotas no duraban más del año o seis meses, pues un mexicano busca su misma raza en vez de buscar a alguien de otra cultura, creo que es un error grande y por eso no aguantan muchos, en cambio te mezclas, te vas abriendo puertas, nosotros jugábamos futbol y así fuimos socializando, vieron que sí queríamos mezclarnos con ellos, los americanos nos apoyaron muchísimo, nos querían como una familia, pues ellos también se consideraban migrantes, allá incluso el peor enemigo es otro mexicano, por eso no tengo nada que decir de ellos”, agregó.

Su estancia se extendió 10 años en total: regresó a Chiapas por primera vez en diciembre del 99, su plan era irse por dos años pero aguantó cuatro, sin embargo estando acá no se adaptó y se regresó, esta vez por Tucson y Nevada, permaneciendo hasta diciembre de 2005, ya que nunca se casó con nadie de allá ni duró más de cinco años en ningún trabajo para poderse legalizar.

“Me fue bien porque logré lo que quería, mandaba dinero para mi familia, traje un ahorro para buscar trabajo acá, pero decidí venir por la nostalgia… en un momento ya quería tener una vida familiar pero no con nadie de allá, tener mis hijos, jugar con ellos, ahorita no me voy ni aunque me lo facilitaran, ya pasó mi tiempo, logré mi sueño”, nos comparte.

Si pudiera dar un consejo, este sería cuidarse de los polleros, pues cuando te ofrecen pasarte por menos dinero es peligroso, si te va bien te roban y te regresan, si no te matan o te llevan al desierto, sabe que la frontera es peligrosa y que todo el martirio comienza de este lado, con las autoridades mexicanas, por eso recomienda conocer a alguien, desconfiar del coyote, aunque te bajen las estrellas (porque saben que llevas dinero), ir con tenis para poder caminar, ropa de mezclilla dependiendo del tiempo, porque te va a llover, a caer nieve, frío intenso, una chamarra y una mochila chiquita.

De acuerdo con datos proporcionados por la Patrulla Fronteriza, al menos 853 migrantes murieron tratando de cruzar ilegalmente esta frontera en los últimos 12 meses, lo que convierte al año fiscal 2022 en el año más mortífero para los migrantes registrado por el gobierno de Estados Unidos.

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