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Del mundo, México no es el más democrático 

  • EDITORIAL
  • hace 29 minutos
  • 3 Min. de lectura

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Hay días en que la República se mira al espejo y no se reconoce. Días en los que el eco de la palabra “democracia” suena más a burla que a promesa. En esos días, que ya se han convertido en años, lo que alguna vez fue un proyecto colectivo de dignidad se ha reducido a una caja de herramientas del poder: una palabra vacía que se ondea como bandera mientras, por debajo, se dinamita su verdadero significado. La autonomía de los órganos electorales no es un adorno institucional. Es el dique que impide que el río del poder se desborde y arrase con las libertades. Es un muro de contención construido con décadas de lucha social, con muertos y con marchas, con reformas y pactos que permitieron que México pasara de la sombra del dedazo a la penumbra del voto libre. Hoy, sin embargo, ese muro está cuarteado. No por causas naturales, sino por la demolición meticulosa de quienes lo ven como un estorbo. La presidenta afirma que México es el país más democrático del mundo porque “el pueblo” elige a los tres poderes de la Unión. Pero confunde el ritual con la sustancia. Confunde el aplauso con la sinfonía. La democracia no se mide por el número de votos, sino por la calidad del aire político que se respira. Y hoy, ese aire está viciado. En 2018, el país pareció iniciar una nueva primavera, una tercera alternancia. Pero la esperanza fue pronto desplazada por la revancha, y la justicia por el ajuste de cuentas. Desde entonces, las instituciones comenzaron a tambalearse. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos dejó de ser faro para convertirse en tambor de guerra. El INAI, incómodo por permitirnos mirar lo que el poder quería ocultar, fue aniquilado. Y el INE, ese vestigio incómodo de autonomía, se volvió la obsesión predilecta del nuevo régimen. No es casual que los ataques se concentren en las instituciones que resguardan libertades. Porque el proyecto de Morena y sus cómplices no es democratizar más, sino centralizar mejor. No es liberar, sino dominar. No es distribuir el poder, sino concentrarlo en un puño. En ese puño cerrado no cabe la crítica ni la diferencia ni la pluralidad. Solo cabe la obediencia. Y para eso, la democracia les estorba. Un caso paradigmático es la persecución de consejeras y exconsejeros del INE por haber suspendido, en su momento, algunas actividades de la revocación de mandato. Lo hicieron esperando certeza jurídica, tras una reforma mal diseñada por Morena, impuesta sin presupuesto suficiente. Hoy, casi cinco años después, se les inicia un procedimiento administrativo por parte del Órgano Interno de Control, el cual carece de facultades para conocer temas electorales. Se les acusa como si fueran criminales, no por sus actos, sino por haber sido más inteligentes que sus acusadores. Castigados por atreverse a pensar. Acusados por proteger derechos. Señalados por ejercer su autonomía con responsabilidad. La autonomía e independencia de las autoridades electorales son garantías de imparcialidad y de elecciones libres para la ciudadanía. Cuando se intenta diluir la capacidad de decisión de estas autoridades, se desvanecen las certezas que permiten que la voluntad ciudadana sea la que determine la representación política. El régimen utiliza todos sus nodos mediáticos, judiciales, administrativos para amedrentar a quienes integran los órganos de control del poder. No, presidenta Sheinbaum. México no es el país más democrático del mundo. Hoy, por los efectos de una política excluyente y totalitaria, este gran país ni siquiera puede ser considerado una democracia, sino un proyecto autocrático. La democracia no sobrevive concentrando el poder; de hecho, nace precisamente para evitarlo. La democracia es el antídoto contra el tirano. Y hoy, la mezcla de tiranía y demagogia conforma el matrimonio indisoluble de la manera de hacer “política” del actual régimen. Como en la novela de Wilde, la presidenta parece haber cubierto el verdadero retrato de México con un velo dorado de apariencia democrática. Prefiere mostrar un país sano y vibrante, cuando en realidad el lienzo oculto revela las grietas de una república demacrada, herida por la desigualdad, la impunidad, la concentración del poder y el desgobierno. Así como Dorian ocultaba su corrupción tras un rostro intacto, el régimen actual disfraza de legitimidad una realidad cada vez más ajena al ideal democrático. En los índices internacionales de democracia, México se clasifica actualmente como una "democracia deficiente" o un "régimen híbrido", y se encuentra en posiciones intermedias a bajas en los rankings globales.  Según el Índice de Democracia 2024 (correspondiente a datos de 2023) publicado por la Economist Intelligence Unit (EIU): México "reprobó" en la evaluación, obteniendo una calificación baja que lo ubica en la categoría de "régimen híbrido" o "democracia deficiente”. La clasificación global de México está muy por detrás de las "democracias plenas" del mundo, como Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Nueva Zelanda. Incluso a nivel latinoamericano, países como Uruguay y Costa Rica se posicionan muy por encima de México, siendo los únicos en la región considerados "democracias plenas". 

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