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El Calalá: danza sagrada del trueno, la lluvia y la fertilidad en la cosmovisión chiapaneca

  • NOÉ JUAN FARRERA
  • hace 27 minutos
  • 3 Min. de lectura

Tuxtla.- En el Museo Regional de Chiapas, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) presentó la charla “Calalá: Danza sagrada de la lluvia y el trueno. Un puente entre el mundo terrenal y lo divino en la cosmovisión chiapaneca”, a cargo del investigador y alumno Yael Iván Gumeta Rodríguez.

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El encuentro permitió adentrarse en uno de los rituales más antiguos y representativos del pueblo chiapaneca: la Danza del Calalá, una manifestación que fusiona la herencia prehispánica con el sincretismo religioso que marcó el devenir cultural del sureste mexicano.

Originaria del antiguo pueblo chiapaneca, esta danza pervive hoy principalmente en los municipios de Chiapa de Corzo y Suchiapa, siendo este último el que conserva la versión más significativa y multitudinaria. En Suchiapa, la danza forma parte esencial de las celebraciones del Corpus Christi, una festividad católica en la que los antiguos elementos rituales de la lluvia, el trueno y la fertilidad se mezclan con los símbolos de la fe cristiana.

Durante los días de fiesta, los danzantes, ataviados con trajes coloridos y máscaras de tigre, recorren las calles al ritmo de tambores y flauta de carrizo, evocando el poder del rayo y la abundancia de las cosechas.

El Calalá está estrechamente vinculado a las fuerzas naturales: el Trueno, el Rayo y la Lluvia, elementos vitales en la cosmovisión mesoamericana asociados a la fertilidad de la tierra. Entre los personajes principales destacan el Tigre Nambusheli, el Calalá y Quetzalcóatl, símbolos de lo terrenal, lo espiritual y lo sagrado. El fuete, que portan los participantes, representa el don de mando, la autoridad espiritual que otorga prosperidad, protección y crecimiento a quienes participan en la festividad.

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A lo largo de la historia, la Danza del Calalá ha enfrentado intentos de censura. Documentos de los misioneros dominicos registran prohibiciones hacia estas prácticas por considerarlas contrarias a los preceptos del catolicismo, al clasificarlas como “bárbaras” o “paganas”. Sin embargo, la tradición sobrevivió mediante la adaptación: los rituales prehispánicos se entrelazaron con las celebraciones católicas, dando origen al sincretismo cultural que hoy caracteriza a las fiestas de Corpus Christi en Suchiapa y de la Santa Cruz en Chiapa de Corzo.

El arqueólogo Carlos Navarrete señala que, en tiempos antiguos, los indios chiapa acudían al actual Parque Guanacaste, en Tuxtla Gutiérrez, para realizar ceremonias previas al sonido del tinco antiguo, una especie de tambor ritual. Estos actos, considerados precursores del Corpus Christi, evidencian la continuidad de una memoria colectiva que resiste al paso del tiempo.

La presencia de danzantes chamulas dentro del ritual dancístico del Calalá también revela la histórica relación comercial entre los pueblos chiapanecas y los zinacantecos, particularmente en torno al intercambio de sal proveniente de las salinas de Ixtapa, en el corazón del estado. Esta interacción, además de económica, fortaleció los lazos culturales y espirituales entre ambas comunidades.

El Tigre de Nambusheli, conocido como el “señor de la noche” y del inframundo, era considerado un ser místico, íntimo y protector, encargado de anunciar el inicio de las festividades. Aunque hoy su representación es más simbólica y hasta un tanto comercial, su figura mantiene el eco de una espiritualidad ancestral. Las actuales máscaras de tigre, elaboradas desde la década de los sesenta, sustituyen las antiguas versiones hechas con paños pintados, recordando que las tradiciones evolucionan, pero sin perder su originalidad.

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En esencia, la Danza del Calalá es mucho más que una celebración popular: es un acto ritual de fe, petición, arrepentimiento y promesa, un diálogo entre los mundos visible e invisible, una expresión viva de la identidad chiapaneca que reafirma la conexión del ser humano con la naturaleza y lo divino.

A través de su permanencia, el Calalá demuestra cómo las antiguas tradiciones mesoamericanas han sabido resistir y transformarse, integrando elementos externos sin renunciar a su espíritu original. Este tipo de rituales revelan la cosmovisión indígena en la que los fenómenos naturales son entidades vivas, mediadores entre los hombres y los dioses, y donde cada danza, cada canto y cada símbolo poseen un sentido profundo de comunión con el universo.

Hoy, en plena modernidad, la Danza del Calalá sigue siendo un testimonio del poder de la memoria colectiva y del sincretismo cultural que caracteriza a Chiapas. Una danza que no sólo celebra la lluvia y la fertilidad, sino también la capacidad del pueblo para mantener encendida la llama de su herencia ancestral, en un puente eterno entre el trueno, la tierra y el cielo.

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