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  • Redacción

Lo que hay detrás de las policías comunitarias infantiles

EDUARDO GRAJALES


Las imágenes de niños armados para atacar la delincuencia que vive su poblado, Chilapa, en la montaña baja de Guerrero, es un reflejo fiel de la gravedad que ha alcanzado el problema de la inseguridad en nuestro país, donde se ha normalizado la narco delincuencia y ésta ha penetrado en todos los sectores sociales, amasando fortunas millonarias a costa de miles de muertos, que en suma le han permitido rebasar al Estado mexicano.

Y es que, en México no terminamos de tapar un hoy cuando surge otro, y ese ha sido el cuento de nunca acabar en nuestra trágica historia. Por un lado estamos avanzando en el combate a uno de los problemas más sustantivos de la agenda nacional como la corrupción, cuando uno de sus monstruos ya ensombrece la Nación: la delincuencia, que afecta principalmente a, jóvenes, mujeres, periodistas, activistas y ahora a niños y niñas inocentes.

De acuerdo a datos proporcionados por el periodista Rene Delgado, en los últimos 20 años en México tenemos un saldo de 275 mil personas asesinadas, es decir arriba del cuarto de millón de personas muertas; 61 mil desaparecidos, desde el movimiento del 68; y se han encontrado alrededor de 3 mil fosas clandestinas. Y dentro de otros datos trágicos encontramos que la violencia ha causado el desplazamiento de unos 378 mil pobladores, mientras se desconoce el número de heridos.

Lo anterior nos convierte en uno de los territorios de mayor peligrosidad en el orbe. Estos datos son tan solo la radiografía que muestra el desangramiento que está causando la lucha contra la delincuencia sin una estrategia clara y contundente.

Lo preocupante de tal situación, además de las muertes por supuesto, es que las acciones gubernamentales, sean federales, estatales o municipales no están dando los frutos esperados, y están quedando muy pero muy rezagadas a la inteligencia y experiencia acumulada en los últimos 50 años en que se han venido desarrollando las grandes organizaciones criminales, principal bastión del que surge una variada y diversificada ramificación de células delincuenciales.

Esto es precisamente lo que más nos debe preocupar y ocupar como ciudadanos. El contrato social con el que delegamos la facultad a un Estado para que nos garantice seguridad esta vulnerado, sus instituciones están debilitadas y dan muestras claras de no poder con el problema, pues, ¿Qué podemos esperar de un Estado que se encuentra cuasi confabulado con el crimen? ¿Qué podemos hacer cuando los organismos autónomos como las comisiones de Derechos Humanos están inmóviles y sin la capacidad para actuar en pro de las personas? ¿Qué hacer cuando las instituciones de justicia navegan entre altos índices de impunidad? ¿Qué hacer con una clase política que no sabe qué hacer?

Por tanto, si todos y cada uno no tomamos nuestras propias medidas (mediante una buena educación a nuestros hijos, vivir en valores y no en función al consumo en nuestros hogares, denunciar los delitos y a las autoridades que lo solapen, o bien estar al tanto de las medidas preventivas a nivel familiar para evitar robos, secuestros y demás) no nos asustemos de ver estas imágenes crudas de niños y niñas que están siendo ocupados para cuidar a sus comunidades ante la falta de sus padres que ya fueron muertos por defender a su familia.

No nos asustemos de la violencia que se vive en las escuelas cuando desde los hogares se culturiza a los niños en la música de banda y de los narco corridos…

Si la situación continua así, desde la sociedad y desde el Estado mexicano, no dudemos ni nos asustemos que en breve videos o fotos de sicarios y policías infantiles de comunidades indígenas, se expandan a otras latitudes y pululen con normalidad en diferentes regiones de nuestro país.

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