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Tuxtla entre cerros, arroyos ocultos y el rugido del Sabinal

  • REDACCIÓN
  • 12 jun
  • 3 Min. de lectura

Tuxtla.- En entrevista exclusiva, el cronista de la ciudad, Jorge Alejandro Sánchez Flores, hace una reflexión sobre la historia geográfica, ambiental y social de Tuxtla Gutiérrez, ciudad que literalmente está sentada sobre el cauce de numerosos arroyos ocultos.

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“Estamos asentados en ambos lados del cerro de Mactumactzá, en la falda del Huitepec. Antes, más de veinte afluentes descendían hacia el centro y desembocaban en el río Sabinal. Hoy, muchos de esos cauces permanecen embovedados bajo la ciudad, invisibles, pero activos”, afirma el cronista.

Antes de que Tuxtla se convirtiera en una ciudad con más de medio millón de habitantes, era cruzada por grandes barrancos. En la temporada seca, estos funcionaban como basureros improvisados, pero con la llegada de las lluvias, se convertían en poderosos arroyos que arrasaban con todo a su paso. Conforme la mancha urbana creció, las viviendas comenzaron a instalarse peligrosamente cerca o encima de estos cauces, con consecuencias trágicas cada temporada de lluvias.

Durante los años 30 y 40, bajo el gobierno de Rafael Pascasio Gamboa, comenzó el proceso de embovedamiento de arroyos. Pensaron que era la solución definitiva. No lo fue. “El agua es agua, la humedad es humedad”, recuerda Sánchez Flores. Las lluvias no entienden de cemento ni de obras mal planeadas.

El río Sabinal fue, por décadas, el corazón líquido de Tuxtla Gutiérrez. “Era un río limpio, cristalino y poderoso. Los tuxtlecos iban a bañarse, a lavar, a convivir”, recuerda el cronista. En los años 40 aún existían las famosas “posas”, depósitos naturales de agua que formaban pequeños balnearios.

El cronista rememora incluso una historia heroica: “Joaquín Miguel Gutiérrez, siendo apenas un niño, se metió a una de estas posas para salvar a un niño que se estaba ahogando. También hubo tragedias, como la del cura que murió ahogado por ahí de 1865, en la que luego se llamó la ‘posa del cura’, en la 5a Oriente”.

Pero el Sabinal también ha sido testigo de negligencia. Aguas negras, residuos domésticos y químicos han contaminado sus corrientes. Hoy, el río se comporta como un cauce impredecible. “No sabemos qué pasa allá abajo”, advierte el cronista, recordando un hundimiento en el lado poniente de la ciudad, donde un vehículo fue tragado por el suelo.

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En 2003, el huracán Larry provocó una de las mayores tragedias documentadas en la ciudad. Desde el oriente hasta el poniente, los efectos fueron devastadores. Un caso ocurrió en el edificio del Registro Agrario Nacional, en la 5a Norte: “Su archivo estatal completo, con expedientes de ejidos y fincas, fue perdido por completo al no ser evacuado a tiempo”.

La historia se repite. Este año, las lluvias fueron atípicas: granizo, tormentas cortas pero intensas, y escurrimientos que ponen a prueba la capacidad de drenaje de la ciudad. “Si hubiera llovido una hora más, Tuxtla se inunda”, advierte el cronista.

Los puntos de riesgo son muchos: el Libramiento Sur, el Libramiento Norte, zonas donde el agua se acumula y paraliza el tráfico. También están los antiguos refugios zoques como la Cueva de Doña Chepa y la Cueva de Montecristo, al norte, que antaño eran visitadas por estudiantes en excursiones y hoy siguen siendo símbolos culturales que merecen ser rescatados.

“El problema no es de ahora, es de siempre”, concluye Jorge Alejandro Sánchez Flores. “Las autoridades deben mantenerse alertas. Las lluvias no avisan. Tuxtla es una ciudad que, aunque creció, no puede olvidar que nació en un valle atravesado por agua. Y el agua, cuando vuelve, reclama su espacio”.

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