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  • AFP

Algo que le pesa a México es la economía


De inicio, debo decir que la cantidad de variables económicas que están en juego en estos momentos en México vuelve muy difícil ser preciso sobre las perspectivas de nuestra economía en el corto y mediano plazos. Una buena noticia es que los efectos más perniciosos de la pandemia de COVID19 parecen están remitiendo, a menos que el futuro inmediato nos reserve una nueva mutación altamente contagiosa. Con esto me refiero específicamente al impacto sobre la economía, ya que las consecuencias sobre la salud de los mexicanos, aunque disminuyan, seguirán siendo lamentables. Pero sin que veamos todavía el fin de los contagios, ahora ocurrió la invasión de Rusia en Ucrania. No cabe duda que la economía mundial se verá afectada por una carestía de petróleo, gas y algunos granos como el trigo, cuyos precios ya están al alza. Rusia es nada menos que el primer exportador mundial de petróleo y el tercero en gas. Por su parte, Ucrania es el quinto exportador de trigo, después precisamente de Rusia, EU, Canadá y Francia. A México lo que más le afectará será el impacto sobre los precios de la gasolina que importamos. PEMEX en 2021 reportó un incremento del 25% del combustible con relación al año previo, alcanzando los más de 300,000 barriles diarios en promedio. Esto afectará directamente los costos del transporte y la producción, o bien, si se decide subsidiarlos, impactará reduciendo los recursos gubernamentales disponibles para promover el crecimiento económico y los programas sociales. Su traducción en un incremento de la inflación, que para la primera quincena de marzo ya se situaba en 7.29%, es lo más temido. Pero otras variables negativas vienen de lejos y son losas pesadas sobre el crecimiento y el desarrollo. Una es la insuficiente inversión pública, menor al 15% de la inversión total en México 2021 y que en su mayor parte se destina sólo a tres megaproyectos: Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto de Santa Lucía, que seguirán consumiendo recursos que podrían destinarse a proyectos más productivos. Además, con resultados inciertos y de muy largo plazo. A su vez, la inversión privada viene cayendo desde noviembre de 2018, inmediatamente después de conocerse el resultado de la llamada “consulta popular” que canceló el aeropuerto de Texcoco. La desconfianza que generó en el sector privado aún no varía. Sólo en 2020 se contrajo (-)19.9%. Las perspectivas de que se apruebe por el Congreso la reforma energética planteada por el Ejecutivo solo empeoraría el panorama. Por consiguiente, seguimos dependiendo en demasía de nuestras exportaciones a EU, cuyo crecimiento económico es un buen augurio para nuestro comercio exterior. El comportamiento de la otra variable significativa para el crecimiento, el consumo, es incierto. Aunque el regreso a las actividades de servicios y comerciales en general son alentadoras, el desempleo (4% al cierre de 2021, más que antes de la contingencia sanitaria), el crecimiento de la pobreza laboral (40.3% de la población al 4º trimestre de 2021), y la reducción de la clase media durante los últimos dos años serán su contrapartida. La tendencia creciente y de forma sostenida de las remesas sigue siendo una compensación de la que debemos congratularnos, especialmente las familias que las reciben, pero no está dependiendo de nuestra economía sino de la de nuestro vecino al norte. Por su parte, probablemente la variable más nefasta, cruel y de difícil solución que pesa y seguirá pesando sobre nuestra economía es la violencia del crimen organizado.

Se abate sobre la seguridad, sobre la inversión y el desarrollo de todos nosotros, especialmente de quienes habitan regiones enteras del país. El problema igualmente viene de lejos, pero la forma en que este gobierno la afronta es, por decir lo menos, irresponsable. Gravitará por muchos años sobre la sociedad mexicana. Al paso de algunos meses podremos evaluar con mayor precisión los resultados de la interacción de todas estas variables, y otras en caso de que entraran en escena nuevas y mejores políticas públicas: entre otras, una redirección del gasto y la inversión públicas, y una reforma fiscal. Ya veremos, aunque las expectativas no son muy halagüeñas. Por lo pronto los pronósticos para el crecimiento del PIB en 2022 se sitúan por debajo del 2.5%.

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