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Trump, el envalentonado  

EDITORIAL



El 13 de mayo del 2024, en el juicio que se le siguió a Donald Trump por la falsificación de registros financieros para cubrir pagos ilegales dirigidos a comprar el silencio de una actriz porno, Michael Cohen, quien durante una década fue su abogado a cargo de los trabajos sucios, subió a declarar: “Entonces, la Universidad Trump se metió en problemas y había aproximadamente 50 proveedores a los que no se les había pagado. Para ellos había una suma segura de aproximadamente 2 millones de dólares. Desafortunadamente, las facturas excedían por mucho esa suma y Trump no deseaba cubrir el saldo. Entonces, lo que hice fue dividirlos a todos por los 2 millones y obtuve básicamente el 20 por ciento de lo que se debía facturar a cada uno. Me comuniqué con los proveedores y, salvo dos, aceptaron tomar su porcentaje”. Cohen contó otras historias de cómo Trump el empresario solía extorsionar o demandar a quien se interpusiera en sus planes, fuera una concursante del Miss USA, un inversionista o un ciudadano común. Relevante su acuerdo con el pasquín sensacionalista The National Inquirer, donde le publicaban sólo notas positivas y además compraban y ocultaban otras que pudieran dañarlo, método bautizado como “catch and hide” (atrapa y esconde), el cual se intensificó luego que el empresario decidió lanzarse por la presidencia. En sus más de cinco décadas como hombre dedicado a las bienes raíces, Trump ha sido coherente en su comportamiento radical moldeado por una sólida megalomanía y narcicismo cutre. Su falta de empatía y gusto por pisotear derechos de terceros son tan naturales como su mitomanía compulsiva. Pese a su proclividad para imponerse vía la extorsión, la manipulación o las amenazas, en el 2017 cuando ganó por vez primera la elección se esperaba que ya como presidente tuviera un comportamiento más institucional y que, al menos en apariencia, se plegara a los mandatos de la Constitución, las leyes y la moral republicana. En esta versión Trump 2.0, que dirige la casa Blanca a partir del 20 de enero del 2025, con la mayoría en ambas cámaras, la Corte Suprema jugando a su favor, y medios tradicionalmente equilibrados como The Washington Post, CNN o ABC dispuestos a cambiar líneas editoriales para complacerlo, el envalentonado presidente de los Estados Unidos mira cómo sus tácticas casi han borrado los contrapesos y la disidencia que en otro tiempo luchó por contenerlo. Por lo pronto, con su inigualable estilo tipo jefe de la mafia, en estos primeros días de su segundo mandato Trump ha ejercido una extorsión disfrazada de diplomacia dura a México, Canadá, Dinamarca, Panamá, Colombia, China, y a un puñado de países en Medio Oriente. Sus amenazas prometen alguna acción arbitraria contra todos ellos y mientras exige sumisión y los insta a tomar acciones que lo complazcan, les repite que todo es por el “bienestar del pueblo estadounidense” del cual han estado abusando, pero “eso se acabó”. Chantajeó asimismo a la cadena ABC News que prefirió pagarle 15 millones de dólares antes de ir a un juicio luego que Trump los demandara por difamación. Chantajeó a Meta, empresa matriz de Facebook, que le pagó 25 millones de dólares evitando así una demanda presentada de Trump quien alegaba que dichas empresas le habían “suspendido sus cuentas de manera ilegal” en el 2021.

Pero el chantaje mayor y más triste, sin duda, debe ser el que aplica sobre el Partido Republicano, bajo el cual compitió por tercera vez. La última fase de esta etapa, la de la rendición, arrancó al diluirse los esfuerzos de Donald Trump por mantenerse ilegalmente en el poder tras con el fallido intento de insurrección que organizó el 6 de enero del 2021. Ahí el actual presidente, decidido a volver a la Casa Blanca como única alternativa para no ir a prisión por los crímenes cometidos en los dos últimos meses de su primer mandato, sostuvo una llamada con la presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel (RNC), y le dijo que abandonaría el partido y se iría a formar otro, según se lee en La traición, el acto final del show de Trump, libro del reportero de la ABC, John Karl. Como para los republicanos la partida de Trump y sus seguidores sería el fin de la institución, aquellos que lo habían culpado por los hechos del 6 de enero decidieron ir a su residencia de la Florida a retractarse. Comenzando por quien era el líder de la minoría en la cámara de representantes, Kevin McCarthy. “El presidente tiene la responsabilidad del ataque al Congreso por parte de la turba alborotada”, dijo mister McCarthy horas después de aquel suceso, aunque semanas antes de encabezar un desfile de republicanos que asistieron a pedirle perdón a Trump. Convertido dicho partido en un culto hoy, y enviado el mensaje de apoyo total al líder si que se permitiera la disidencia, poco se atrevieron a enfrentarlo.  Los congresistas republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger fueron de los pocos que decidieron enfrentarlo al participar en el Comité Selecto 6 de Enero que investigó el asalto al congreso: dos años después, ambos perdieron sus curules en las elecciones intermedias frente a candidatos trompistas. Un caído más fue el ahora exsenador y excandidato presidencial en 2013, Mitt Romney, quien un poco harto de recibir amenazas de muerte y tras convertirse en un paria en su partido por votar “a favor” de los dos juicios políticos realizados contra Trump, en 2024 ya no buscó la reelección de su curul y decidió retirarse de la política. Ante esta perspectiva cabe preguntar si habrá alguna instancia o figura que consiga frenar la destrucción de las instituciones democráticas, de salud, de apoyo social que ha puesto en marcha Trump en estas primeras semanas como presidente de los Estados Unidos.

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